Sabemos muy poco del SARS-CoV-2. Cada día tratamos de entender como humanidad cómo es que este coronavirus ha logrado en tan poco tiempo un daño tan profundo y una amenaza que no hemos podido contener. Recién aprendimos, por ejemplo, que solo el 3% de la población mundial desarrolla anticuerpos contra este coronavirus.

 

De la misma forma, estamos en proceso de tratar de entender la profundidad del impacto económico que esta amenaza global habrá de traer para el planeta.

 

Damos por descontada una recesión global, pero no tenemos idea de su profundidad.

 

Sabíamos que la repentina crisis de demanda de energéticos habría de tirar los precios de los hidrocarburos, pero no imaginamos que llegarían a los niveles negativos de esta semana.

 

Había lógica en el hecho de que el paro obligado de todas las actividades no esenciales habría de provocar altas tasas de desempleo, pero nadie podría prever que, por ejemplo, en Estados Unidos habrían de destruirse 22 millones de puestos laborales en tres semanas.

 

En fin, cada día tenemos un acercamiento a un hecho económico inédito que rebasa cualquier antecedente de lo que hayamos visto en la historia económica reciente.

 

No sabemos, por ejemplo, que habrá de ocurrir con la formación de precios en las economías. La dinámica frenética de los mercados financieros ya nos dejó ver qué ocurre cuando el mundo no quiere energéticos y los productores buscan a como dé lugar colocar su producción petrolera, que además lleva implícitos costos de almacenamiento.

 

La baja en determinados precios por el derrumbe en la demanda puede llegar a extenderse en algunas economías hasta provocar fenómenos de inflaciones negativas. Incluso, puede llevar a algunos países a presentar deflaciones que los condenen a un deterioro económico más profundo.

 

Pero al mismo tiempo, tenemos a muchos bancos centrales, destacadamente la Reserva Federal de los Estados Unidos, imprimiendo dinero a todo vapor para alentar el consumo, lo que en la teoría económica debería provocar inflaciones altas.

 

Tampoco sabemos cómo rebotarán las economías emergentes en medio de todas las medidas que tomen las economías desarrolladas. Porque al final, son esas políticas las que determinan el comportamiento de los mercados.

 

Y en el caso específico de México, se añade la incertidumbre de que una parte muy importante de los agentes económicos tienen la certeza de que las políticas gubernamentales son garantía de un deterioro mayor de las condiciones del país.

 

Pero, al mismo tiempo, hay amplios sectores sociales que siguen con la certeza de que lo que hace la 4T es el camino correcto para transformar a México, independientemente de cualquier crisis mundial que exista.

 

Pero la realidad es que no tenemos una manera de saber qué pasará con las economías, porque ni siquiera tenemos certezas del tiempo que habrán de extenderse los contagios de Covid-19.

 

El nivel de incertidumbre es inédito para cualquiera y no hay manera de saber dónde estará el mundo dentro de un mes, un año o una década a partir de esta pandemia.

 

                                                                                                                                         @campossuarez