Martha Hilda González Calderón
Para Carolina, Claudia y Emiliano.

Conocí al Embajador Emérito Sergio González Gálvez hace 20 años. Un caballero en toda la extensión de la palabra. Un diplomático de carrera, negociador sagaz, que tuvo claridad para saber hacia donde tenía que orientarse la política exterior mexicana. Él subrayó que además de la defensa de la soberanía, se tenía también el deber de ser contrapeso a las decisiones de las grandes potencias que afectaban al resto del mundo. Un estadista, que puso muy en alto el nombre de México.

 

Proveniente de una familia materna de abolengo en Toluca, los Gálvez, el Embajador recordaba con nostalgia su primera infancia en la capital del Estado y luego la continuación de sus estudios en la Ciudad de Monterrey, N.L. En sus memorias, escribía, que su divisa a lo largo de su vida había sido tener presente que más allá de los objetivos, lo importante son los caminos que se siguen para lograrlos. Quizá impulsado por esa convicción, fue que el embajador Gonzalez Galvez recorrió su camino de la mano de grandes internacionalistas: su primera oportunidad laboral la recibió de Octavio Paz y continuó sus estudios en la Universidad de Georgetown, gracias a una beca que le tramitó el entonces Embajador de México en Estados Unidos, don Manuel Tello Baurraud. De sus primeras experiencias internacionales, siempre guardó un gran recuerdo de la misión diplomática en Brasil, al lado del Embajador, don Alfonso García Robles.

 

Don Sergio González Gálvez fue nombrado Embajador de México en Japón en 1983. De inmediato, desplegó una gran actividad para estrechar relaciones que le fueran estratégicas a México en la agenda bilateral. Dichas relaciones incluían, por supuesto, a la familia imperial con quien el Embajador tuvo siempre estrechos lazos de amistad. Fue tan eficiente su gestión que la revista inglesa The Economist calificó a la Embajada de México en Japón como una de las más eficientes misiones diplomáticas en el mundo. En alguna cena en Tokio, en donde tuve el privilegio de acompañar al Embajador González Gálvez, cuando fuimos a firmar un acuerdo de cooperación en materia de medio ambiente, el entonces embajador Carlos de Icaza, le preguntó cómo le había hecho para obtener tal reconocimiento. La modestia de González Gálvez fue tal, que lejos de vanagloriarse, le dio el crédito a su eficiente equipo de trabajo en la embajada.

 

A lo largo de su carrera diplomática, Sergio González Gálvez reconoció que “el dilema fundamental” de nuestra política exterior eran las relaciones de México con Estados Unidos. Siempre predicó una buena vecindad con éste y con el resto de los países del mundo, sin que esto significara dependencia y menos sumisión. Derivado de esto, el Embajador dio particular importancia, a lo largo de su carrera, al desarme no solo nuclear sino convencional; y reiteraba la importancia de este tema para México que comparte fronteras con cuatro estados de la Unión Americana, en donde se localizan más de 6,700 tiendas de armas, en las cuales se aprovisionan grupos delincuenciales mexicanos. Este tema ya era parte de su agenda desde los años 70’s, cuando formó parte del grupo redactor del Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe que evitó una crisis entre Estados Unidos y Cuba. Como Subsecretario en la Secretaría de Relaciones Exteriores también impulsó ante la OEA, la Convención Interamericana contra la Fabricación y Tráfico Ilícito de Armas de Fuego, Municiones y Explosivos y otros materiales relacionados, suscrito por los presidentes Zedillo y Clinton, en Washington en 1997. Hasta el final de sus días, su pluma editorial insistía en seguir profundizando en los temas de desarme mundial, pero particularmente en el país y su talento lo llevó a ser asesor de la Secretaria de la Defensa Nacional. La dignidad que la actividad diplomática de González Gálvez le impuso al servicio exterior, lo ubica en esa primera línea de los grandes internacionalistas mexicanos.

 

Me siento agradecida con la vida por haber coincidido, con un personaje de la estatura del Embajador Sergio González Gálvez. Lo conocí cuando el Estado Mexicano lo había reconocido como Embajador Emérito. Los títulos poco le importaban, aunque siempre su trato era particularmente cuidadoso, producto de su formación diplomática. En lo personal, siempre me conmovía su amor a México, su deseo de que este lugar, donde viven los seres más importantes en su vida: Carolina, su esposa, su hija Claudia y su nieto Emiliano, fuera un país más justo para todos. Perdimos a un gran diplomático pero sobre todo, perdimos a un mexicano ejemplar. Adiós, querido Embajador. Misión cumplida.