Francisco Benjamín López Toledo o como mejor se le conocía, simplemente Francisco Toledo, partió el pasado jueves al mundo fantástico que él mismo creo con su bestiario pictórico. Toledo el juchiteco, el oaxaqueño, el mexicano, el hombre universal, el niño-hombre que lanzaba sus papalotes al aire, nos dejó su legado de recuerdos.

Difícil olvidarlo, difícil hueco de llenar.

Cómo olvidar a Toledo, activista político que junto con Leopoldo de Gyves de la COCEI padeció la represión por defender el triunfo de este último como presidente municipal de su natal Juchitán, pero al final ganaron y el triunfo se reconoció.

Cómo olvidar a Toledo, activista social que también le ganó una partida a McDonlad’s con una tamaliza que él mismo organizó como protesta, y así impidió que se instalara una sucursal del gigante de la fast food en la plaza central del Zócalo de Oaxaca. Lo que no lograron los francés en Champs Elysées, Toledo lo logró en Oaxaca; vencer al emporio de los alimentos chatarra.

Como no recordar siempre a Toledo, amigo y -dicen las leyendas- rival de amores de Octavio Paz. A Toledo que huía de los homenajes y reconocimientos. Al que estudió en Europa pero siempre conservó la misma humildad que lo caracterizaba, vistiendo su camisa blanca de mangas arremangadas y su pantalón de manta.

A Toledo, el personaje rebelde que no tenía credencial de elector y partió como siempre dijo “sin haber votado”. Le tenía desconfianza a la democracia, decía. Al que pagó sus contribuciones a Hacienda con mil 500 imágenes de animales de diferentes especies, todos ellos defecando, recopilados en lo que él llamó sus “cuadernos de la mierda”.

Al incomparable artista que hizo de su obra todo un universo. Al que de niño pintaba los muros de su casa. Al que inmortalizó a los animales con los que convivió en su infancia cuando se iba a bañar al río. Al que tuvo como maestra de grabado a la coyoacanense Rina Lazo.

No es posible olvidar a Francisco Toledo, al que vivió de prisa y abandonó los estudios por que él ya quería ser pintor y por eso llegó a la capital donde vivió en la Colonia Guerrero. No es posible olvidar al “maestro”, entre otras cosas porque sigue vivo en su obra.

No, no es un adiós el que hay que dedicarle a Francisco Toledo, si acaso solo un hasta luego.