El Presidente dijo que la investigación que señala a Carlos Lomelí como beneficiario de varios contratos con Salud es “politiquería”. No lo es. Lomelí y su entorno tienen varias empresas encargadas de vender medicamentos al depauperado sector público desde hace años, y en 2019 se han beneficiado de ocho contratos, seis por asignación directa, más otro con Cuitláhuac García. Lomelí es, también, superdelegado de Morena en Jalisco, y presunto responsable de vender 31 medicamentos con sobreprecio, en 2016.

Lo que hace el Presidente, como suele, es poner su palabra como garantía de honestidad; como certificado de no corrupción. ¿Funciona? En tanto estrategia de propaganda, según entre quiénes. AMLO, sí, ha sabido convertirse en un emblema de la lucha contra la corrupción, de honestidad a toda prueba, y sus seguidores duros no dejarán de verlo así.

 

Pero en cinco meses hay ya muchas evidencias de que su papel como garante no está ni cerca de bastar, y de hecho, las evidencias de corrupción, o al menos de deshonestidad –de injusticia, aunque no de ilegalidad–, están cada vez más cerca de él. Porque nadie puede acusarlo de tomar un centavo ajeno, pero ahí están las heterodoxias de Cuitláhuac con las patrullas a precio de Lamborghini; la decisión de comprarle carbón a otro morenista, que es Armando Guadiana; la presencia de Yasmín Esquivel en la Suprema Corte, cuando es esposa de Riobóo: el nepotismo es corrupción; el regalito de Bellas Artes a una secta que luego intentaron tapar como la caída bienintencionada en un engaño; por supuesto el caso del papel, negocio que AMLO detuvo in extremis, pero que casi le cayó a Miguel Rincón, su compadre, y la apuesta por una TV de Gobierno en la que puede tener un programa John Ackerman, responsable de la formación de cuadros de Morena y esposo de la secretaria de la Función Pública.

Sí, la idea del fin de la corrupción está, por decir lo menos, cuarteada. Porque la corrupción sigue viva, y porque la corrupción pasada sigue impune, salvo que lo de Emilio Lozoya les parezca ejemplar. No es un problema menor. Pasa que vienen en camino los elefantes blancos, en manada: Santa Lucía, el tren, Internet, proyectos de muchísimos millones que exigen una transparencia que no se vislumbra; y pasa que con el desplome de la economía y el horror de la violencia que crece, la última carta de popularidad del Presidente será la honestidad. Ojalá que los negocios en la 4T empiecen a hacerse de otro modo. Por su bien y por el de todos.