Desde las primeras horas de este martes, la atención del mundo se volcó hacia lo que sucedía en Venezuela. Juan Guaidó, quien se ha proclamado como Presidente de ese país y ha obtenido en su lucha el reconocimiento de otros gobiernos, encabezó un movimiento con el que buscó derrocar a Nicolás Maduro. Nuevamente, la intentona no logró su cometido.

Si bien las acciones de Guaidó estuvieron apoyadas por un grupo de militares venezolanos y lograron liberar al ex candidato Leopoldo López del arresto domiciliario en el que se encontraba, la operación fracasó debido a la estructurada respuesta del régimen de Maduro frente a una debilitada base que acompaña a la oposición de ese país.

Todo parece indicar que al autoproclamado Presidente se le acaban las fichas para lograr la finalidad del movimiento que encabeza.

La nueva crisis venezolana confronta de nueva cuenta a las dos posiciones que han prevalecido en la región: la condena a Nicolás Maduro y reconocimiento a Guaidó frente a la posibilidad de abrir canales de diálogo para lograr una salida consensuada. Con Andrés Manuel López Obrador, nuestro país abandonó la tesis del rechazo público al régimen chavista para privilegiar la vía del diálogo como única solución.

México decidió hacerse a un lado del llamado Grupo de Lima, una instancia instaurada en 2017, que reúne a 14 países que dan seguimiento a los acontecimientos en Venezuela. Frente a ello, el canciller Marcelo Ebrard, junto con su homólogo uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, impulsó la creación del Mecanismo de Montevideo, en el que participan 14 países que urgen a un diálogo inmediato entre las partes implicadas.

En el plano interno, esta posición que alienta el diálogo, lo promueve y lo considera como el único camino a seguir, ha tenido un rechazo inmediato por parte de los opositores a AMLO. La crispación de los ánimos en nuestro país impide ver lo positivo de esta iniciativa, que es muy similar a la que México impulsó en dos momentos muy importantes de su política exterior como la participación en los acuerdos de paz que permitieron la solución al conflicto armado en El Salvador en 1992 o el papel que desempeñó en la caída del somozismo en Nicaragua en 1979.

Los recientes acontecimientos en Venezuela han dejado algunas lecciones. Tan radicales como el régimen de Maduro, las posiciones de los países que alientan a Guaidó han dificultado el tránsito por la vía del diálogo. Ante esta situación, México y su política exterior surgen nuevamente como una alternativa para sentarse a la mesa.

Lo dicho por el subsecretario para América Latina y el Caribe, Maximiliano Reyes, es alentador en el sentido en que nuestro país podría fungir como mediador. La historia demuestra que México tiene la capacidad de liderazgo suficiente para asumir este papel.

Segundo tercio. La base panista en Puebla se siente abandonada por su dirigencia nacional. Pocas son las muestras de apoyo de Marko Cortés o Héctor Larios hacia la candidatura de Enrique Cárdenas. Todo indica que la apuesta es a la elección en Baja California.

Tercer tercio. Sin definiciones en el PRI sobre la convocatoria para la renovación de su dirigencia nacional. En las próximas semanas se definirá si se tratará de una elección abierta, organizada por el INE.