El Indicador de Confianza del Consumidor (ICC) de febrero pasado no es un índice económico; es más bien una medición de popularidad presidencial. Asumir que adelanta una bonanza económica para el país sería un error de cálculo.

El nivel máximo histórico que alcanzó este indicador, que elabora de forma conjunta el Banco de México con el INEGI, es equivalente a los niveles de popularidad inéditos que tiene el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Si se quiere aplicar un filtro económico a este registro, tenemos a consumidores potenciales muy contentos que, sin embargo, no están consumiendo.

Esta contradicción no es producto de una mala medición o de una trampa estadística que ponen los encuestadores para quedar bien con el presidente López Obrador y la 4T. Es simplemente reflejar que los consumidores, que en su momento fueron electores, están eufóricos con el cambio que experimenta el país.

Y hay que decirlo como es. Tienen más entusiasmo que información. Hay más corazón que razón al momento de evaluar las cinco preguntas básicas de la encuesta y, por lo tanto, se muestran eufóricos.

La muestra para elaborar el ICC no discrimina a los participantes por grado de escolaridad o conocimiento de los temas económicos. Busca ser una representación del pensamiento de los hogares en 32 ciudades de este país.

Las preguntas se centran en su percepción sobre la situación presente y futura de su propia situación económica y la del país y las posibilidades que tienen de adquirir algún bien duradero, como una televisión o una lavadora, por ejemplo.

Todos los componentes están en niveles máximos históricos. Y en especial a la pregunta sobre la situación futura de la economía del país, los encuestados elevaron su optimismo 25 puntos con respecto a hace un año, como si la economía mexicana fuera a crecer a tasas estilo China.

Hay evidentemente una enorme contradicción entre lo que piensan estos encuestados y lo que creen los expertos en materia de economía y finanzas, donde lo que gana es el pesimismo.

El problema, evidentemente no es la esperanza depositada en el actual Gobierno, que a los ojos de los expertos está lejos de cumplir sus promesas en materia económica. La verdadera preocupación es cómo van a encauzar su frustración esos eufóricos consumidores cuando se den cuenta del incumplimiento de sus expectativas.

Causa cierta envidia ese tono rosa con el que algunos ven la suerte económica futura del país, porque les da la opción de sentirse felices, contra los pesimistas informados que sufren con lo que ven.

Y más cuando la polarización es la divisa del Gobierno actual y cuando fallen los resultados, podría haber la tentación de dirigir el enojo social hacia los enemigos fabricados. Esto podría derivar en otra clase de conflictos sociales que hoy están ausentes.

Ojalá que el Gobierno y sus “otros datos” demuestren que efectivamente estamos en el camino del crecimiento sostenido al menos a 4%, y que ese enorme optimismo de los consumidores-electores es un adelanto puntual de lo que viene para el país.

LEG