Cuando la semana pasada el Presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, hacía en París un reconocimiento a México por la acogida de tantos españoles tras la Guerra Civil, no fue sino un pequeño detalle por lo mucho que debemos de agradecer.

Pocos se acuerdan, pero la historia es testigo. El general Lázaro Cárdenas, en un gesto de infinita humanidad, recibió durante los años en que los españoles se mataban entre hermanos, a miles de connacionales que huían de una terrible contienda que dejó más de medio millón de muertos.

Madrid era una explosión permanente. Desde la Ciudad Universitaria y la carretera de La Coruña, las posiciones de los soldados del Bando Nacional disparaban obuses de mortero, mientras en las calles se luchaba casa por casa, con los francotiradores apostados en los edificios altos de la Gran Vía. Fue ahí donde el escritor George Orwell recibió un disparo de uno de aquellos francotiradores.

Esa capital dividida en dos, donde hermanos y primos se arrancaban la vida, sufrió las secuelas de un hambre insaciable. Desaparecieron muchos perros y gatos. Se los comían igual que se fumaban las mondas de patatas achicharradas por el sol o las hojas de los árboles que se quedaban calvos.

Aquella guerra que todos queremos olvidar nos la transmitieron nuestros abuelos y luego nuestros padres en el ADN. Hoy, después de 80 años, todavía nos lamemos las heridas, aunque sea de manera inconsciente.

Y fue entonces cuando el general Lázaro Cárdenas abrió los brazos a miles de españoles que no querían vivir el horror de la guerra ni la dictadura de Franco. Y llegó a México lo más granado de la intelectualidad: Max Aub, Buñuel y tantos otros que estamparon su rúbrica artística en México.

Pero además de ellos desembarcó también gente común y corriente que buscaba en México un mundo mejor, y lo encontró. Por eso la gran mayoría de ellos se quedaron y se hicieron mexicanos; porque aquel país, aquel extraordinario país que es México les envolvió con vendas de bondades.

Por eso me parece un acto de justicia que Pedro Sánchez exponga en París el agradecimiento eterno a México por su generosidad, una generosidad ilimitada y eterna.

Hace unos años se celebró en Madrid un homenaje al general Cárdenas. Habría que hacérselo más a menudo porque, al final, la memoria a veces es frágil, y hay que recordarlo permanentemente para que no olvidemos; para que no olvidemos el olvido de la memoria.