Hay que decirlo como es: México, Estados Unidos y Canadá consiguieron la sede del Mundial de 2026 por el combate a la corrupción.

Estados Unidos encabezó la cruzada contra los actos de corrupción en la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), en tiempos de Joseph Blatter, e impulsó la presidencia de Gianni Infantino. Al final, esto les permitió a los estadounidenses obtener la sede mundialista, con todo y las migajas que les tocarán a tres estadios mexicanos.

Ante la pregunta de cómo se consiguió la sede tripartita del Mundial de 2026, ahí sí aplica: combatiendo la corrupción.
Pero para dirigir las finanzas de este país hace falta algo más que la repetición del lugar común de que todo se resuelve combatiendo la corrupción.

Está claro que aquél que gane la Presidencia de la República dentro de 17 días tiene que atender como una prioridad el combate a este lastre que tanto le ha costado al país, pero tampoco se puede usar la pancarta del combate a la corrupción como la solución de todos los problemas económicos del país.

Pagar con los ahorros de la corrupción todas las ocurrencias de campaña es un adelanto de una crisis inminente.
En el debate de ayer, en Mérida, quedó claro que el que más idea tiene del manejo económico es José Antonio Meade. No hay duda que una de las continuidades más atractivas que puede ofrecer este candidato es la de la estabilidad financiera lograda durante las últimas dos décadas.

Ricardo Anaya tuvo dificultades para hacer creíbles sus números entre ingreso y gasto programado. Sin embargo, Anaya difícilmente sería un Presidente que optara por el desequilibrio fiscal como forma de gobierno.

Pero Andrés Manuel López Obrador simplemente fracasó en el intento de ser sensato en la parte económica.

Los cálculos de recuperación de recursos por ahorros de la corrupción son un chiste, una estratagema de campaña que tiene el problema de que se los pueda creer el propio candidato López.

Implica matemáticas muy simples. Su plan es gastar mucho en programas paternalistas, no subir impuestos y no endeudar más la economía. Y todo lo piensa cubrir con la bolsa del tesoro imaginaria de los recursos recuperados de la corrupción.

Los electores, incluso los más hipnotizados con el fenómeno lopezobradorista, deberían exigir claridad en materia económica.
Es un hecho que si gana López Obrador y si confía en que podrá gastar a manos llenas sin aumentar los ingresos y sin incrementar la deuda, va a fracasar. Y el costo de ese fracaso lo podrá pagar con un predecible desencanto masivo, pero sobre todo la factura será para toda la sociedad con una nueva y profunda crisis económica.

Insisto en que aun los más hipnotizados con la alternativa de este personaje deberían exigir en estos pocos días que les quedan a las campañas claridad respecto a los “cómos” en materia económica.

¿Si no alcanza el dinero para cumplir todos los caprichos de gasto, dejaría de lado sus promesas populistas de gasto, aumentaría los impuestos a ciertos sectores sociales o endeudaría al país hasta niveles de alerta financiera mundial?