Derivado de la ley física que establece que a toda acción corresponde una reacción, es difícil que exista violencia física sin haber sido antecedida por violencia verbal, sobre todo cuando es consumada por hordas.

Irresponsable e imprudente, el presidente del club Sporting de Lisboa, Bruno de Carvalho, comenzó a comportarse un mes atrás como Warlord o señor de la guerra. Desde sus redes sociales, atacaba a sus jugadores: “En el Sporting no se vive en la República de las Bananas. Todos los que firmaron quedan inmediatamente suspendidos. Ya estoy harto de actitudes de niños mimados que no respetan nada, ni nadie. Esta vez mi paciencia se ha agotado para quien cree que está por encima del club y de cualquier crítica”.

Un día después, y con toda razón, los futbolistas se defendían con un comunicado: “Apuntar el dedo para culpabilizar el desempeño de los atletas públicamente, cuando la unión de un grupo se rige por el esfuerzo conjunto, sea cual sea la situación que estemos pasando, no es el camino. Todos los asuntos se resuelven dentro del grupo”.

Así avanzó la crisis, con el equipo sin lograr obtener los resultados deseados, hasta el domingo, cuando Carvalho volvió a atacar: “Hay una súper protección de los jugadores y ellos con mucha facilidad van para un nivel de total incoherencia (…) Los salarios que reciben no están ligados a la realidad del día a día”.

Lo siguiente fue de una proporción exponencialmente mayor: una especie de comando (porque queda corto calificarle como grupo de ultras), invadió el club lisboeta esta semana, golpeando con saña al director técnico y a varios futbolistas.

Por supuesto, el directivo ha sido pronto para desmarcarse del ataque y condenar, aunque sin legitimidad alguna: si en un punto inició el caos que culminó con ese comando, no fue en los malos resultados o en los goles fallados, sino en la insensata verborrea del presidente.

Más que evidente, la lección es urgente: mesura, prudencia, cabeza, porque cuanto se dice no tarda en hacerse, porque a un tono burdo de debate puede seguir un comportamiento aun más burdo y ya con las manos, porque el “todo vale” del que se disfraza la libertad de expresión en el ciberespacio entraña severos peligros.

Se entiende lo difícil que es controlar el comportamiento de millones de twitteros y blogueros anónimos. No así, que la violencia provenga del presidente mismo de una institución como el club Sporting.

A toda acción obedece una reacción: ahí tiene sus mensajes plasmados en heridas en el rostro de sus propios jugadores.

Twitter/albertolati

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