Comienza la mañana, el protagonista pasa una mala noche, no pudo dormir bien por el nervio que genera este tipo de compromisos. Va a torear en la Plaza de Mérida, una sede que ha recuperado su afición a base de anunciar carteles de toros muy bien presentadas y con nombres bien rematados. Se convoca a la cuadrilla a desayunar en el hotel, momentos informales donde el equipo disfruta y valora la comida pues pasarán varias horas para que se vuelva a probar alimento, si todo sale bien. Las horas empiezan a transcurrir y es tiempo de dejar al torero solo que intente dormir, el resto del equipo irá al sorteo.

Al medio día, los apoderados y hombres de confianza están en los corrales de la Plaza viendo la mejor forma de hacer los lotes. En esta ocasión dos toreros de a pie y dos rejoneadores. Los bureles para los caballistas ya están separados; para los de a pie, los lotes quedarán parejos, cada uno lidiará animales muy bien presentados.

El Juez de plaza se presenta, apresura a los apoderados a fijar los lotes, la presión aumenta. Los apoderados acuerdan los lotes, se realiza el sorteo anotando -como es tradicional- los números de los toros en papel de cigarro, doblando los mismos y arrojándolos al sombrero del Juez que pide el auxilio de otro sombrero para revolver los papeles. Cada hombre de confianza saca su papel, cada quién se llevará su suerte.

Es hora de regresar al hotel y que el equipo informe al matador el resultado. El torero pregunta por las fotos de su lote, las mira, reflexiona, pregunta cómo quedó el lote de su alternante, cae en cuenta que falta poco tiempo para vestirse e irse a la plaza. Comienza el ritual, a la ducha, luego en compañía del mozo de espadas inicia la transformación del hombre al torero. Una vez que termine de vestirse se quedará en la soledad del cuarto de hotel para encomendarse a sus vírgenes y a sus santos, es el momento en que estará solo con su circunstancia. La camioneta que lo llevará a la plaza está lista en la entrada del hotel, los curiosos huéspedes intuyen que algo está por ocurrir cuando comienzan a subir los avíos a la cajuela. Está por bajar el torero, el personal que se encuentra en su camino le desea suerte, otros le mandan sus bendiciones, el hombre vestido de luces impacta.

Mirada seria y fija con su destino, sube al auto, el camino a la plaza transcurre con un silencio que impacta, nadie quiere hablar mucho menos hacer una broma, el torero pide flamenco para destensar el ambiente. Con el cante de fondo llega a la plaza, se acerca gente para darle un saludo, para pedir una foto, un autógrafo. El torero pasará su último momento de soledad en la capilla, después irá al patio de cuadrillas a liarse el capote de paseo, un momento de gran tensión. Rompe el paseíllo, al llegar al burladero entrega al mozo de espadas su capote de paseo, el cual lucirá en la barrera de algún invitado. Poco falta para escuchar parches y clarines, saldrá el primero de la tarde…

JNO