Las palabras amnistía y gabinete han sonado mucho en las últimas semanas. La agenda pública mexicana –y por ende la política– se ha enfocado considerablemente en estas y en sus ramificaciones –riesgos y alcances con la primera; perfiles y posibles políticas con la segunda–. Quién las posicionó en los medios y en redes sociales fue López Obrador.

Tras esos dos episodios, las otras precampañas presidenciales –dígase Anaya y Meade– reaccionaron. Titulares como “Anaya considera peligrosa la amnistía” o “Designaciones de AMLO son ocurrencias: Eruviel (vicecoordinador de la campaña de Meade)”, no son casualidades. Ante el estímulo, respondieron de manera cuasi-Pavloviana.

Lo que sucedió, en términos mediáticos –e, insisto, políticos– fue que López Obrador “estableció la agenda pública”; en otras palabras: ya sea por polémicos, extraños o atractivos, sus planteamientos tuvieron preeminencia mediática sobre otros, y ello provocó que estos –él– fuesen el centro de atención. Cosa que, en lo que va de precampaña, ni Anaya ni Meade han conseguido. El primero no lo hace desde su propuesta de “Ingreso Básico Universal”, y el segundo no lo logra desde el “destape” y su respectiva parafernalia.

Establecer la agenda pública” no es popularidad instantánea. Significa, paralelamente, vulnerabilidad y críticas. No sabemos –aunque es probable– si López Obrador aplica de manera deliberada una estrategia así –ello implicaría que sabe su peso ante los medios, y por ello decide darle a estos lo que él quiere que tenga preeminencia entre la gente de cara a la elección; véase “Teoría del establecimiento de agenda”, véase estudio “Chapel Hill”, de McCombs y Shaw (1972)–, pero podemos hablar de porqué es funcional para sus objetivos y porqué Anaya o Meade deben quitarle dicho poder si quieren desbancarlo.

¿Para qué sirve, pues, “establecer la agenda pública” de manera reiterada, en términos político-electorales? Por un concepto toral en el estudio del comportamiento del consumidor –en este caso, del elector– conocido como “top of mind”, que podría traducirse como “el primero en la mente”. ¿Qué es? Una métrica para determinar que tan posicionado está en la mente de los consumidores una marca, producto o, lo que es lo mismo, un candidato presidencial.

Si menciono “pañuelos nasales”, muy probablemente usted piense en la marca Kleenex, de la transnacional Kimberly-Clark. Si le pregunto por un refresco, es bastante probable que piense en una Coca-Cola. Estos son ejemplos de marcas “top of mind”: las más posicionadas dentro de una categoría específica. Ahora traslademos este concepto a la elección presidencial venidera.

¿Por qué importa ser el “top of mind” en la opinión pública –lo que está logrando hoy López Obrador vía sus diversos posicionamientos– durante la precampaña y la campaña? Porque serlo, por mera probabilidad, te generará más adhesiones en un tiempo específico y limitado que a las demás opciones que no están en siendo “el primero en la mente” de los electores. Adhesiones que se pueden caer con el tiempo, sí –sobre todo si alguien te arrebata dicho estatus/poder para establecer la agenda pública–, pero adhesiones al final capturadas –la parte más difícil– que pueden mantenerse con una mínima reiteración narrativa que confirme la muy personal y debatible “congruencia” que busca cada elector.

En resumen: “establecer la agenda pública” –posicionar tus temas reiteradamente por encima de los temas de otros–, te lleva a ser el candidato “top of mind”, sobre todo entre la población indecisa. Ello te convierte en el centro de atención de la campaña y tanto lo bueno como lo malo se determina en torno a ti. Ese estatus conlleva un porcentaje de adhesiones “naturales” que dicho proyecto arrebata a los demás, debido a que es el que más se está dando a conocer y el que aborda –en la percepción social, por lo menos– “más” temas, noción que abre el abanico del proyecto a más personas fuera del votante de base o de fácil inclinación.

Desde la óptica del cinismo –¿realismo?– político-electoral, podríamos decir que los grandes políticos y los grandes candidatos son excelentes acaparadores de atención. Anaya y Meade hoy no lo están logrando. Si quieren tirar del primer lugar a López Obrador, deben apostar por propuestas sin timidez, planes transformadores, declaraciones ingeniosas, llamativas –esto incluye chistosas, cursis, etc.– o incluso radicales, que obliguen a López Obrador a contestarles a ellos y no al revés, como ha sucedido.

El otro lado de la moneda, sin embargo, es de cuidado. Aspirar a ser el que “establece la agenda” puede orillar a los precandidatos a prometer cosas irrealizables o delinear planes cojos pero vistosos: demagogia, pues. Esto es frustrante para el elector informado, potencialmente peligroso para la colectividad, y denigrante para la política en su conjunto. Las elecciones, tristemente, son concursos de popularidad porque antes de gobernar bien o mal, se debe ganar una elección. De ahí la delgadez de su línea, de ahí su matiz tornasol.

@AlonsoTamez