Le enseñaron al medio futbolístico mexicano que la camiseta no es más que una parte del uniforme, con distintos colores que representan la historia de cada país. Y le hicieron aprender su lección a base de derrotas humillantes; de partidos que cambiaron la historia y con momentos que marcaron las carreras deportivas de muchos.

 

Lo demostró Costa Rica y sirvió de impulso para los hondureños, que años más tarde repetirían la dosis, y eso se fue multiplicando con otros países como Panamá, Jamaica, Estados Unidos, etcétera.

 

Nos costó entender que la camiseta no pesa y no gana partidos. Ahora, nuestra siguiente lección se trata del Estadio Azteca, del glorioso, extraordinario, mítico y maravilloso Estadio Azteca; el mismo que vio coronar los esfuerzos de Brasil y Argentina, el mismo que vio campeón a México en la Confederaciones y en el Mundial Sub-17. El mismo que representó ser la casa del dolor para todos los visitantes. Pero eso mismo: vio, representó, fue… todo pasado. Y lo es porque hoy este escenario no representa nada más para los que lo visitan.

 

Anteriormente los jugadores se apresuraban, recién llegados al estadio, para salir a la cancha con sus cámaras listas y poder entonces tomarse las fotografías; y lo hacían porque sabían que sería lo único que se podrían llevar del estadio. Un “yo estuve aquí”, porque de futbol lo único que guardaban en las maletas de regreso eran goles y derrotas, algunas honrosas en el mejor de los casos.

 

Triste, sí que lo es. Pero el estadio sigue estando en el mismo lugar y recibiendo casi siempre a la misma gente (diría Juan Gabriel), sus tribunas ahí se mantienen, quizá más modernas, quizás más bonitas, pero continúan. La altura de la Ciudad de México sigue sin modificarse y la contaminación continúa siendo un aliado perfecto para este tipo de batallas. Todo sigue ahí en su lugar, bueno, casi todo, falta lo más importante: el nivel del equipo, ése sí que se ha escapado.

 

El debate gira en torno a si México debe o no salir de la que es considerada su casa. Algunos dicen que se trata de un tema psicológico, otros, físico, ya que al tener tantos jugadores en Europa, el tema de la altura y la contaminación es hoy un obstáculo. Y sí, claro que está fundamentada esta teoría, pero, ¿qué pasa cuando juegan en Estados Unidos al nivel del mar? ¿Acaso el 7-0 chileno no fue en Santa Clara, California? Y pregunto porque esta misma ciudad está a 72 pies sobre el nivel del mar.

 

¿Entonces?

 

Alejemos de la falsa teoría que el Estadio Azteca asusta a los rivales; todo lo contrario, les inspira, les motiva porque saben que es posible.

 

Argentina salió de su llamada casa, lo mismo hizo España y lo han hecho otras más.

 

Dejemos de creer que se trata de la camiseta, el estadio, la altura, etcétera. Son factores que podrían ayudar en cierta medida, pero lo medular radica en el nivel de la Selección, y si éste es aceptable, entonces jugar en Guadalajara, Monterrey, Toluca o Torreón carecería de importancia.

 

No es el Azteca, es la Selección.