Al problema de las rotaciones se le suma el extravío emocional por el que atraviesa la Selección Mexicana.

 

Los dos juegos de eliminatoria más recientes debían servir para recuperar la confianza, cosa que no sucedió, por lo que esta miniera vuelve a su estado original, donde reina el rechazo y la desconfianza sobre Juan Carlos Osorio.

 

Hoy es el técnico colombiano y sus constantes cambios, pero ayer era Miguel Herrera siendo criticado por su excesiva presencia en comerciales: “Pasa más tiempo grabando que trabajando, y eso molesta a los jugadores”, decían.

 

¿Y antes no criticamos los excesos en la disciplina de José Manuel de la Torre, además de las pocas variantes tácticas?

 

¿Ya se nos olvidó lo que se decía de Hugo Sánchez  y sus técnicas motivacionales en el vestidor?

 

¿De La Volpe no cuestionamos el exceso de movimientos estratégicos (que algunos consideraron como inventos) y sus formas de comunicarse, entre otras cosas?

 

Y así nos podríamos ir uno por uno: que a Enrique Meza le faltó mano dura; a Bora Milutinovic, un futbol más vistoso, etcétera, etcétera. Bueno, ¿no se atrevieron a cuestionar la capacidad de Víctor Manuel Vucetich por dos juegos?

 

Quizá el único que escapa de todo esto es el mismísimo Sven Goran Eriksson, quien definitivamente parecía pingüino en desierto.

 

No establezco una defensa de Juan Carlos Osorio, no, en lo absoluto, pero seguir pensando en el entrenador como el creador de todos los males sigue siendo erróneo.

 

Corran a Osorio y traigan a otro, al que quieran: róbenle a Zinedine Zidane al Madrid, convenzan a Mourinho o Guardiola, hagan realidad el sueño y contraten a Marcelo Bielsa, que por alguna razón no se ha animado y que extrañamente fue en quien se refugió el mismo Osorio después de la Copa América.

 

Cuánto tardaremos en darnos cuenta que no es el entrenador, sino el sistema de operación del futbol mexicano que sigue encontrando en el despido del técnico una fórmula de renovación de ilusiones y esperanzas, esas mismas que se esfuman y nos obligan a ver por televisión el quinto partido de la Copa del Mundo.

 

¡Somos México!, no Alemania, no Italia, no España, no Argentina. Nuestra fortaleza no está en las individualidades, porque hasta hoy no hemos logrado producir un Messi que se junte con un Mascherano, Agüero o Di María. Tampoco un Buffon, un Pirlo y un Totti, al mismo tiempo de los españoles no hablamos y mucho menos de los alemanes, porque ni producimos jugadores como ellos y no tenemos ni la quinta parte del proyecto deportivo que sustenta el extendido éxito germánico.

 

Nuestra fuerza está en el conjunto, pero de pronto nos invade la soberbia y no nos permitimos un 7-0 en contra, pero aplaudimos que en Uruguay haya continuidad, a pesar de los fracasos o que en España se mantenga el proyecto después de un Mundial trágico como le resultó el de 2014. Es decir, aplaudimos lo de afuera, pero nuestra soberbia nos obliga a castigar hacia adentro.

 

Entrenadores podrán ir y venir, de todos los tipos y cortes: que si mexicanos, extranjeros con todo el conocimiento de nuestro medio o foráneos que ni idea tienen. Estrategas, motivadores, enfermizos tácticamente hablando, laxos en materia disciplinaria. Elija el estilo; de todo hemos tenido y a ningún lugar nuevo hemos ido.

 

Y a todo esto, si se va Osorio, ¿debería irse solo?