Seamos realistas. El juego de hoy en San Salvador no tiene nada que ver con los anteriores, y hay cosas muy puntuales que así lo indican.

 

La primera obedece a la tarea cumplida por la propia Selección Mexicana tras obtener su boleto al Hexagonal Final de manera anticipada.

 

Segunda: la semana previa de la que debería ser la visita más complicada ha pasado casi desapercibida, y ha sido así porque se han abordado con mayor fuerza otros temas como la gran resaca del Clásico nacional, que finalmente dejó a Ignacio Ambriz en su puesto, como aquí mismo lo anticipé en la colaboración pasada.

 

Causó mayor interés la desafortunada situación del Hobbit Bermúdez con su ingreso al reclusorio.

 

Posteriormente fue la confirmación del fichaje de Alan Pulido con los millones que le acompañan.

 

Y ya hablando del equipo mexicano, hay más morbo en el ambiente que cualquier otra cosa: se habla más del recuerdo del 7-0 chileno, que de la actualidad del equipo; de igual forma ocuparon mayor interés las ausencias de Oribe Peralta y Javier Hernández, así como de los rostros debutantes en el Tri.

 

Una vez pasado esto, entonces la junta que tuvieron los capitanes del equipo nacional con el entrenador y directivos, entre los que se encontraba Decio de María, presidente de la Federación. Y francamente no hubo nada nuevo bajo el sol, ya que no es la primera vez que se escucha, trasciende o se declara, que en el equipo mexicano no se le rogará a nadie, y al no ser la primera vez, está claro que esta postura, que de inicio parece firme, se va diluyendo con el tiempo, además de que hay suficientes casos como para darnos cuenta que esto no es más una amenaza. Por si fuera poco, esto de los llamados ni siquiera tendría que estar en un reglamento, ya que vestir la camiseta de la Selección Nacional es un asunto voluntario, no obligatorio. El tema de los uniformes y la ropa de concentración ni siquiera tendrían que ser puestos a discusión.

 

Del Cuscatlán, el equipo rival y la peligrosa visita, muy poco o casi nada, porque, claro, México llega calificado y El Salvador presenta a uno de los equipos más débiles de los últimos años, lo que compromete aún más al equipo de Osorio. Primero: por significar este juego la reaparición después de Copa América; segundo, por la debilidad del adversario. Y conste que no hablo de una goleada ni mucho menos, pero la pelea resulta no ser con contrincantes del mismo peso y, por si fuera poco, la hostilidad que distingue estas visitas, parece, ha disminuido considerablemente.

 

México juega ante El Salvador, aunque en realidad el enfrentamiento es con sus fantasmas.