Las personas de estructura rígida como yo, es decir, autoexigentes y perfeccionistas, incluso obsesivas, y con zonas de nuestro cuerpo muy duras, vivimos la vida de una forma demasiado estructurada; de esa manera sentimos que todo lo tenemos bajo control, y eso nos da cierta seguridad. Coexistir bajo esta idea nos dificulta aceptar cosas como: que somos seres imperfectos, que somos personas no terminadas, nos duele aceptar que no tenemos la capacidad de controlar nada, que no tenemos el poder para resolver y cargar con “todo” a lo largo de nuestra vida. Y somos así como resultado de la imagen que en algún momento de nuestra infancia creamos, pensando que todo lo podíamos dominar desde nuestra rigidez y perfeccionismo enfermo, y así ser aceptados y amados.

 

Lo triste es que después, en algún momento de la vida, esa máscara puede vestirse contra nosotros, ya que nos mantiene alejados de lo que somos realmente, nos hace duros, insensibles, contracturados y desconectados de la vida misma y de los demás.

 

Aceptar la imperfección puede ser un trabajo muy fuerte para las personas de rigidez extrema, porque no saben ni conocen otro camino para sentirse seguras en el mundo. Ir rompiendo con esa imagen, que sirve sólo como una máscara, es un proceso que puede producir dolor interno, y nos puede dar miedo porque sentimos que nos rompemos a pedazos, sin saber si podremos volver a reunir esas partes. El darnos cuenta de que ese disfraz es el que nos ha sostenido hasta ahora, pero que es el mismo que nos aleja de la vida, de nuestros seres amados y de la pasión de vivir, parece contradictorio y nos crea un conflicto; de ahí que nos cueste tanto trabajo reconocerlo y ver el poder que este antifaz ha tenido.

 

Pero también es cierto que la vida misma nos pone frente aquellas experiencias que necesitamos para saber si estamos listos, y nos demos cuenta del peso que esa imagen de control y perfección tiene ahora. Cargar esa armadura nos aleja del amor y la compasión, primero con nosotros mismos, y luego con los demás; y eso duele, en el cuerpo y en el alma.

 

Con el paso del tiempo arrastramos más asuntos no resueltos que están relacionados con nuestra forma de ver y vivir la vida, lo cual tiene efectos en nosotros y en nuestro medio más cercano. Desde mi experiencia personal, el aceptar mi rigidez e imperfección me ha liberado, y me ha quitado cargas enormes que hoy ya no necesito conmigo. Y aunque confieso que no ha sido un proceso fácil e indoloro, ha valido la pena.