Las lágrimas forman parte del lenguaje supremo de la emoción; lugar inhabitable para las palabras. El llanto del presidente de Estados Unidos durante la presentación de nuevas medidas de control para la venta de armas el martes pasado, desde el lado del televidente, fue un producto hiperrealista gracias a las pantallas de plasma y a los lentes potentes de cámaras fotográficas.

 

Desde el ángulo de la impotencia, el llanto hiperrealista de Barack Obama se traduce como la rendición frente al muro republicano en el Congreso; desde el ángulo empático, el presidente reforzó su popularidad entre su mercado demográfico cautivo y reblandeció las opiniones rígidas entre los indecisos a la regulación del mercado de armas. Sin embargo, para los amantes de las armas, el llanto pudo interpretarse como un acto cursi.

 

Si la frialdad de las matemáticas le impide a Obama aprobar leyes en el Congreso, sus emotivas lágrimas podrían traducirse en un pasivo para los republicanos “indolentes” que no comprenden que la prehistoria (la segunda enmienda de la Constitución que permite la posesión de armas tiene más de 200 años) no es 2016; que junto a la legítima defensa se encuentra el terrorismo y múltiples patologías; que los ejércitos se han reducido a una sola persona; que el realismo virtual ha convertido a la vida real en una especie de videojuego.

 

Desde el concepto de mercadotecnia, cuando una persona compra un martillo, en realidad está comprando hoyos en las paredes, y cuando compra un arma, la palabra muerte es conjugada por la probabilidad de ocurrencia. La tendencia es de un tiroteo por semana en el lapso del segundo gobierno de Obama; 30 mil muertos al año. El discurso de Obama viajó hasta diciembre de 2012 a Newtown: 20 niños fueron asesinados; también recordó la iglesia en Charleston: nueve negros muertos, el día más triste de Obama. Después de cada asesinato el guion es el mismo: sale el presidente ante los medios para mostrar su rechazo y para solicitar al Congreso la intervención en el mercado de armas.

 

Pero por qué Obama insistió el martes en traspasar el muro infranqueable de los republicanos.

 

A Obama le queda menos de un mes como monopolista de la atención política en Estados Unidos. El primero de febrero en Iowa, Obama pasará a una segunda fila en el mercado de la atención mediática estadunidense. Las primarias que definirán a los candidatos demócrata y republicano concluirán con las elecciones presidenciales la primera semana de noviembre.

 

El acto de Obama del pasado martes fue el inicio de su tour de despedida. Lo hizo con el tema que más le afectó: el incremento en la venta de armas en lugares no regulados como lo son las ferias e internet. Su impotencia la transfirió a los republicanos y al mismo tiempo le da un bono a la cada vez más probable candidata demócrata Hillary Clinton para que lo utilice durante su campaña.

 

La segunda lectura es que si bien es cierto que durante las elecciones primarias Obama pasará a una segunda fila respecto a la atención mediática, intentará no alejarse demasiado de las agendas de los candidatos. Por lo pronto, Obama ya ha respondido a los soflamas de Donald Trump. Los argumentos de venta en materia de política exterior que está utilizando Trump son muy seductores para el segmento más etnocéntrico de la demografía estadunidense, sin embargo resultan muy difíciles de cumplir. ¿El gobierno mexicano pagaría el muro que piensa construir Trump a lo largo de la frontera? ¿Estará dispuesto a poner también la mano de obra? O qué decir de la expulsión de musulmanes de Estados Unidos simplemente porque son musulmanes.

 

Si Trump es aficionado al mundo del espectáculo, Obama también muestra su equipaje de múltiples lenguajes; el del llanto es uno de ellos. El del martes fue hiperrealista. ¿O no?