Es autoritario y detesta a las redes sociales, es decir, es intolerante a la crítica. En 2014, cuando en YouTube fue revelada una conversación que dejaba entrever un acto de corrupción familiar, él decidió desconectar las redes sociales.

 

Bajo la premisa diplomática de que los enemigos de tus enemigos son tus amigos, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, ha emprendido una batalla brumosa en contra del Estado Islámico, en donde el único objetivo claro de su metralla ha sido contra los kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. En efecto, Erdogan ha hecho muy poco en defender su frontera con Siria con tal de que los yihadistas ataquen a los kurdos.

 

Europa le aplaude. Como en su momento lo hicieron con el libio Muamar el Gadafi o Sadam Husein.

 

En su momento, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel le cerraron la posibilidad de ingresar a la Unión Europea debido a su comportamiento antidemocrático. Sin embargo, las circunstancias son hijas del pragmatismo.

 

Angela Merkel ha cambiado de decisión al tratar a Erdogan como si se tratara del arquetipo de la democracia gracias a la crisis de refugiados sirios. Merkel y la Unión Europea saben que Turquía se convierte en un aliado toral, ya que puede atemperar el cruce de refugiados hacia Europa. Merkel cifró en tres mil millones de euros el dinero que otorgará a Turquía para el mantenimiento de refugiados. Erdogan se crece. Tanto, que en las elecciones parlamentarias del domingo el mundo entero lo volteó a ver a él y no al que supuestamente competía de su partido, Ahmet Davutoglu. Bajo el ornamento estético-electoral se pusieron en juego 550 escaños pero todo el mundo sabe que Erdogan se jugó su pase a la eternidad como gobernante. Obtuvo la mayoría parlamentaria pero no le alcanzó la cifra para realizar cambios constitucionales. No importa. Erdogan se las arreglará para perpetuarse en el poder. Estuvo 11 años como primer ministro pero ahora se encuentra en pleno proceso de construcción de la maquinaria presidencial omnipotente. Desde hace un año es presidente pero hace tres meses los números en el Parlamento obligaban a su partido a gobernar a través de pactos. Lo sabemos, para cualquier autócrata los pactos de poco sirven. Convocó nuevas elecciones y ahora su títere Davutoglu ya puede gobernar sin pactos. Contará con 314 de los 550 escaños del Parlamento. Se quedó a 53 escaños del poder imperial, pero repito, es lo de menos. Erdogan es lo suficientemente experto en maquinar técnicas de manipulación. ¿Cómo negar que el atentado en Ankara en octubre, donde murieron, en una manifestación política, 102 personas, en su mayoría pro kurdos y socialistas, le benefició a Erdogan? El domingo, el partido prokurdo de los Pueblos Democráticos (HDP) a duras penas consiguió mantenerse por encima de la barrera del 10% de los votos, el mínimo que se exige para ingresar al Parlamento. En las elecciones de junio superó el 13%. Ahora, pierde 23 diputados, y de 80 pasa a 57).

 

Todo indica que el miedo sigue siendo la mejor medicina electoral. Ni la corrupción, ni el haber ordenado el cierre de periódicos y la desconexión de redes sociales, ni su simulada batalla en contra del Estado Islámico convencieron a los turcos ni a la Unión Europea.

 

Recep Tayyip Erdogan es el nuevo Hugo Chávez de la geografía política.

 

Turquía junto con México forman el bloque intangible estratégico llamado MIKTA (México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia), y fiel a lo que ordenan nuestras doctrinas costumbristas, no ha existido la mínima preocupación diplomática por el recorte de libertades en Turquía. Será que nosotros tenemos al senador Omar Fayad, un icono del desconocimiento de la naturaleza de las redes sociales, que como a Erdogan, le molesta lo que se escribe en Facebook o Twitter.