Hace una hora caminaba entre libros, en uno de los lugares que más disfruto desde niña: Una biblioteca. Cerrar los ojos y retener ese inconfundible olor a tesoros de papel. Siempre he soñado en ellas. Desde que era una niña y leía junto a mi hermano pequeño, los sábados en las colchonetas de colores, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, en Salamanca, o aquellas tardes de risas y poco estudio en el maravilloso “Libreros”, o la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de “La Complu” en Madrid, o la que ha sido durante años mi oficina: La Biblioteca Nacional de Madrid. En México también tuve mi biblioteca: un hermoso espacio vanguardista de una universidad privada.

 

En esta biblioteca en México, comencé a escribir “Alas de Maguey. La lucha de Eufrosina Cruz Mendoza”. Fue en esta Universidad donde obtuve mi primer compromiso –con un contrato firmado- de que al cierre del manuscrito, ellos publicarían el libro con su sello editorial. Yo que era una escritora novata pensaba que había conseguido lo más importante: alguien que lo publicara. Sin embargo, la realidad fue bien distinta: Tras un camino plagado de obstáculos desde sus inicios, me dijeron al termino del proyecto: “Hemos cambiado de idea, ya no lo queremos publicar”.

 

 

Aún sin darme ninguna explicación, yo sabía que sucedía: La persona de la que hablaba en el libro, Eufrosina Cruz Mendoza, es diputada del Partido de Acción Nacional (PAN) y mi tutor no simpatizaba con este partido político. El batacazo fue tal que durante un tiempo y con el manuscrito en el cajón, me olvide del proyecto, para poder descansar y renovar las energías. Cuando me sentí con fuerza para iniciar nuevamente un periplo editorial, fue cuando encontré a la pequeña y maravillosa editorial “Casa de las Palabras” y a la gran Anabel Ballesta al frente, quién amó y apostó por mi libro desde el primer día. Los años pasaron y llegó este verano.

 

Y hoy fui a la Universidad a entregarles “Alas de Maguey”. Ellos fueron los iniciadores del proyecto y como tal, merecían verlo terminado. Llegué al majestuoso campus -como son los campus de las universidades privadas en México-: Grandes jardines, hermosos cafés y todo con un impecable y vanguardista diseño. Al entrar en la hermosa biblioteca sentí un gran deseo de quedarme allí todo el día, abrir el ordenador y volver a escribir sin fin. Y entonces al buscar la clave de internet, PLAYAcomenzó la reflexión que ha desembocado en esta columna semanal.

 

Me pedían una clave para conectarme a internet que yo no tenía, el departamento donde estudié no me la pudo dar, no tenía permiso para “pases de día”, me enviaron a diferentes departamentos: Ex alumnos, informática, administración. En cada lugar me hacían preguntas exhaustivas para ver mi relación con esta prestigiosa universidad y comprobar si era apta para tener la clave de internet. Hora y medía después de ir a cinco diferentes despachos, me dieron la clave y me dirigí a la biblioteca.

 

Esta se encontraba absolutamente vacía pues las clases inician el 10 de agosto, solo a lo lejos se veía una persona estudiando, que intuí reconocer por su silueta a medida que me acercaba: Mi tutor del libro, la persona a la que yo buscaba esa mañana. Su frialdad al verme y desconcierto se agrandó al comprobar que iba “en son de paz” a entregarle mi libro y entonces me confesó lo que me dijo sin palabras hace 7 años. “La verdad que no me gustó nunca el personaje político de Eufrosina”.

 

Le invité a leerlo libremente y a que observase lo que esconde el mensaje de “Alas de Maguey”: El empoderamiento que una mujer política reconocida puede generar en otras mujeres indígenas e invisibles para la sociedad mexicana. Dicen que cuando uno regala algo, lo que sucede con este regalo ya no nos incumbe. Recordé esta frase y sentí que debía tolerar el pensamiento y comportamiento ajeno sin imponer que alguien aceptase un libro, que no aceptaba. Tolerancia y humildad. Comprobé que no había ningún nuevo entusiasmo por su parte y entonces, me callé.

 

Le di las gracias, miré la privilegiada biblioteca vacía, ya tenía conexión a internet pero me marché del hermoso espacio, cruce la calle y me senté en un alegré café “Juan Valdez”, donde escribo esta columna, saboreando un riquísimo “Capucchino de Arequipe” y una empanada colombiana. En menos de un minuto estaba conectada a internet.

 

Me gusta aprender o inspirarme de cada experiencia, por sencilla que esta sea. Cuando le pregunté a mi tutor su ocupación actual y me dijo: “Me estoy tomando un año sabático”, me recordó mientras degustaba el rico café, que había llegado el momento de tomarme unas estupendas vacaciones de verano, qué mejor que este maravilloso país para disfrutar de ellas.

 

¡Qué disfruten mucho de este verano! ¡Viva la vida!