El fallecimiento de Julio Scherer García aparece como la gran oportunidad para revisar la glasnost o apertura informativa mexicana que prefiguró la transición a la democracia. El Excélsior de 1964-1976 fue una parte de la consolidación de la opinión pública como elemento de la democratización.

 

Al llamado Excélsior de Scherer le precedieron la revista Política de Manuel Marcué Pardiñas, un año la revista El Espectador de Carlos Fuentes, la revista Siempre! de José Pagés Llergo, los espacios progresistas en el periódico El Día y el suplemento La Cultura en México, que dirigió Fernando Benítez en Siempre! Ahí se creó una cultura política disidente, contestataria y crítica que ayudó a Excélsior.

 

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La característica del sistema político en el largo periodo 1951-1978, de las primeras rebeliones sindicales a la legalización del Partido Comunista Mexicano, fue el autoritarismo político partidista, el absolutismo presidencial y la hegemonía del pensamiento histórico institucional.

 

Ahí estuvo el marco de referencia de lo que en 1991 resumió el escritor Mario Vargas Llosa como “la dictadura perfecta”: el sistema dominante que permitía y hasta alentaba la disidencia interna. El factor esencial era la dominación del pensamiento histórico: la historia nacional patriótica y los gobiernos como encarnación de esa historia, a pesar de desviaciones a la izquierda como Cárdenas o a la derecha como Díaz Ordaz.

 

El sistema político priísta manejaba con maestría la llave de la permisibilidad de la crítica y los protagonistas se ajustaban a los márgenes de movilidad. El 68, por ejemplo, le abrió una válvula de participación disidente a muchos intelectuales y algunos de ellos en 1969 se sumaron a la disputa por la candidatura presidencial priista entre Luis Echeverría Álvarez y Emilio Martínez Manatou. Por ello, la crítica a Echeverría en Excélsior durante su presidencia no fue sino una extensión de la lucha presidencial de 1969, con los mismos protagonistas intelectuales, como Gastón García Cantú en contra de Echeverría, luego de haber promovido la candidatura de Martínez Manatou.

 

La historia política de la prensa en el sistema priísta aún está por escribirse. Pero por lo pronto hay un texto de lectura indispensable: El olimpo fracturado. La dirección de Julio Scherer García en Excélsior (1968-1976), de Arno Burkholder de la Rosa aporta algunos elementos para fijar realidades más allá de las exaltaciones elitistas y la historia social personalizada en ciertos líderes.

 

La transición democrática posterior al 68 se nutrió de las luchas sociales anteriores al movimiento estudiantil y luego en varios medios de comunicación y analistas fuera de Excélsior como Manuel Buendía, José Luis Mejías y otros, además de intelectuales como Octavio Paz, José Revueltas y académicos como José Luis Reyna y Manuel Camacho. Así, Excélsior fue un espacio entre muchos otros.

 

Con todo, Excélsior formó parte de la crítica tolerada; Scherer llegó a la dirección con el apoyo de Alfonso Martínez Domínguez como líder de la CNOP del PRI y el periódico sobrevivió por la publicidad oficial. El 6 de julio el gobierno de Echeverría aprovechó fracturas internas en la cooperativa y apoyó a un sector disidente pero la votación le hubiera beneficiado a Scherer si no hubiera precipitado su salida del edificio. De haber ganado la votación en la cooperativa, Echeverría no lo hubiera sacado.

 

La prensa -no sólo un director- ayudó a demoler al PRI y al presidencialismo pero la clave de la transición estuvo en el fin histórico de los políticos autoritarios y la apertura de México al exterior. Esta historia falta por escribirse, más allá de la exaltación elitista de la vida política nacional.