Boyhood (Dir. Richard Linklater)

 

Hay una frase que reza así: “Lo bonito del cine es que por espacio de dos horas los problemas son de otros y no de uno”. Ese es justo mi principal reclamo a Boyhood, la nueva cinta de Richard Linklater: por un espacio de casi tres horas los problemas no son míos, ni de los personajes, ni de nadie.

 

El más reciente experimento de Linklater logra algo que francamente es hermoso: hacernos testigos del paso del tiempo en los personajes. Para ello, el director comenzó a filmar esta historia hace 12 años, reuniendo al elenco cada cierto tiempo para continuar este viaje por la vida de Mason (Ellar Coltrane) a quien conocemos de seis años y seguiremos toda su vida hasta que cumple 18.

 

Lo que se observa en pantalla es, simple y llanamente, el paso de la vida. Mason crece poco a poco mientras su entorno e intereses cambian: juega con sus amigos en la calle, ve a escondidas catálogos de lencería, descubre los videojuegos, el porno en la red, Harry Potter y Star Wars. Su madre (Patricia Arquette) muda a su par de hijos a una nueva casa, estudia una carrera, se casa, el nuevo marido resulta alcohólico y golpeador, se mudan de nuevo, termina la carrera, se vuelve a casar, vuelve a liarse con otro alcohólico. Su padre, eterno adolescente, los visita de vez en vez en su viejo Mustang, siempre buena onda, siempre dispuesto a la plática, fantasea con ser rockero hasta que un día aparece completamente domesticado, con pantalón de vestir, bigotito de oficinista pero feliz, con nueva esposa e hijo, el Mustang lo tuvo que vender.

 

Linklater nos mueve a la nostalgia, nos mueve a recordar nuestra propia infancia, y no se ustedes pero en mi infancia hubo pequeños grandes momentos -así como pequeños grandes infiernos- que aún hoy los recordamos, que nos movieron, nos marcaron, nos cambiaron. Nada de eso parece haber en la cinta de Linklater. Las cosas se van sucediendo una a otra sin tener un peso específico. Si acaso el gran mensaje de la cinta es que, al final, nada importa, nada es trágico, no todo es drama. Y es cierto, pero también es cierto que a esa edad, de los 6 a los 18 años, muchas cosas nos mueven, nos afectan y nos marcan. Nada parece mover a Mason, ni la feria de padres alcohólicos que se consigue su madre, ni la ausencia de su padre.

 

La vida pasa fácil en esta película, demasiado fácil a mi parecer, y si bien es cierto que no es necesario el drama, el conflicto pareciera tampoco llegar nunca. El paso del tiempo se asume sin resistencia ni cambio más allá del inevitable crecimiento biológico. A Linklater no le interesa explorar los conflictos, los deja pasar, “vendrán tiempos mejores” pareciera decirnos. Demasiado optimismo para un montaje que se empeña en ser sumamente realista.

 

Esculpir en el tiempo. En efecto, Tarkovsky estaría encantado con este filme, con su disciplina, con su cuidadoso montaje que nos hace testigos de cómo el tierno niño de ojos azules del principio se convierte en el grandullón del final, cuidando además las referencias culturales, la música, las películas, la política, los videojuegos.

 

Pero los personajes no parecieran cambiar en Boyhood, su padre sigue siendo un adolescente aun con sus dockers cafés, su madre sigue teniendo un pésimo gusto para los hombres y Mason sigue viendo al cielo sin tener mucha idea sobre la vida.

 

Linklater es sin duda un cineasta extraordinario, hay belleza en lo que hace con Boyhood, pero no genera acción ni cambio. Linklater olvida que el paso del tiempo es inclemente, olvida que el tiempo -al fin y al cabo- también lo destruye todo.

 

Boyhood (Dir. Richard Linklater)

3.5 de 5 estrellas.