El presidente de México, Enrique Peña Nieto, tiene un equipo super programado, y costosísimo, para asistirle en cada uno de sus pasos como Ejecutivo: sus gestos, sus salidas al público, sus entradas, citas, entrevistas, imagen, dichos, reuniones, discursos, enlaces…todo eso y más está ahí coordinado…: pero… no cala, o no quieren que cale entre los mexicanos que fruta vendíamos.

 

Tan sólo en el tema de los discursos: desde el inicio de su gestión, y aun durante su campaña, éstos tienen más un tono de orden que de consenso. Más un tono de mandatario que de hombre de Estado, y son cosas diferentes, a saber. La una está en la inmediatez. La otra está en la trascendencia.

 

Su frase célebre es “ya ordené que…”. Quizá ese sea el tono de su acción: ordenar, mandar, exigir y, por lo mismo, marca distancia con quienes viven el día a día en las exigencias de la cotidianeidad, responsabilidades, faltas, fallas, ausencias, límites y expectativas. El presidente no se involucra: sí a distancia. A saber, si quienes son ordenados cumplen con el encargo. Quejas hay de que no es así.

 

Desde la firma del Pacto por México en diciembre de 2012 surgió un discurso de expectativas que estaba más orientado a convencer a la clase política mexicana y al exterior, de la importancia del Pacto; más que a conseguir el “si” de los ciudadanos; estaba orientado a convencer a los partidos políticos firmantes de que se habían echado a la mar en un barco común y que de ahí el último en bajar sería el capitán en caso de desastre… y ya va siendo, porque los dos partidos firmantes se han lanzado al salvavidas.

 

De ahí en adelante, el presidente hace acto de presencia pública y dice, señala, marca rutas y senderos, promete, asegura que todo va por buen camino y que todo está bajo control… Pero el discurso queda en eso porque la realidad lo contradice y el discurso no actualiza su contenido…

 

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Luego de los hechos trágicos de Tlatlaya en junio y de Ayotzinapa en septiembre de 2014, uno esperaría que el presidente de México se sintiera aun más volcado a encontrar solución al gran problema y que nos dijera qué había pasado ahí y por qué y lo de la justicia y la anticorrupción y todo eso que uno como ciudadano de un país del que se es, quiere saber  porque es parte de nuestra vida colectiva.  Si. Pero no. Silencio. Ocultamientos…

 

La espera de un discurso por aquellos días era mucha. Pero no lo hubo y cuando fue, sus estrategas en comunicación generaron las expectativas de un gran mensaje presidencial que al final de cuentas quedó en agua de borrajas, porque no lo hubo, sólo una hoja de block cuadriculado.  Y por lo mismo la gente se sintió defraudada una vez más. ¿Su equipo lo entendió?

 

De ahí en adelante el presidente nos dice la reiterada historia del “todo está bien” y “todo bajo control” y tal. Lo más reciente fue su mensaje –spot- de año nuevo. Un mensaje que invoca a la solidaridad y a la unidad nacional –a la manera de Manuel Avila Camacho en los cuarenta-. Y a la defensa de la del Ejército y la Marina. En todo caso sí, los mensajes que envía cifrados llegan a quienes están dirigidos. No a los vivientes de a pie.

 

De inmediato hubo reacciones de los actores políticos a los que lo dirigió: los partidos de oposición. El PAN, en la voz de la señora Cecilia Romero agradeció el mensaje, pero pidió que éste se acompañe de coherencia y de liderazgo… En otras palabras, gobernabilidad. El PRD a través del senador Miguel Barbosa por las mismas; pidió ‘pasar de las acciones ideológicas a las acciones concretas’ e incluso pidió que haya cambios en el gabinete.

 

Queda claro: una cosa es que la presidencia diga que tiene el control de muchos medios y otra el que se tenga control de gobierno. Muy probablemente sus cercanos le aplauden al presidente sus dichos, sus mensajes, sus cifrados y sus regaños, pero no le dicen que los ciudadanos de a pie seguimos sin saber de qué se trata y a dónde quiere llegar el presidente, dicho por él mismo.

 

La fortaleza de un presidente radica en el apoyo incondicional de la gente. Porque lo siente suyo. Porque se siente parte de ese gobierno. No sólo el apoyo de quienes se sienten cercano a él, de aquellos quienes le habrán de apoyar en sus hechos porque estos hechos tienen que ver con la vida del país, que es la vida de todos los que aquí vivimos: y si vivimos con el todo cumplido para todos, las cosas caminan a favor de un presidente que es hombre de Estado.

 

El discurso político que cala es el que tiene que ver con los hechos y las promesas que se cumplen. La retórica es dañina si es tan sólo eso.

 

Porque no puede ser que después de dos años de negarse a ir a Oaxaca, por ejemplo, acuda casi a escondidas a Salina Cruz desde donde lanzó otro de sus mensajes de esperanza y expectativas, a dos años de gobierno.  Y no había ido a Oaxaca por dos razones muy sencillas: el flaco gobierno de Gabino Cué, indefendible, que está prisionero de la sección 22 de la CNTE; y a la que no quiere confrontar, en perjuicio de los niños oaxaqueños, a pesar de la la ingobernabilidad estatal, el deterioro de la vida ahí y más…

 

El presidente gobierna para todos, se supone, no nada más para las cúpulas de interés económico o de interés político o para estar bien con Estados Unidos. Sí a favor de todos. Y eso es lo que se espera de un hombre de Estado: el gobierno para el país y para sacarlo de sus grandes problemas y contradicciones. En eso, su super equipo de seis no le ayuda.

 

A fin de cuentas el país está en problemas serios pero, como se dice, la cruz no pesa lo que cala: son los filos… y esos filos son los que siguen ahí… con discursos acartonados o sin ellos. ¿Querrá cambiar el presidente? ¿Querrá ser hombre de Estado?