Ni el amor por Chespirito soportó seis horas de sol. La convocatoria llamó a todos los fanáticos a acudir al Estadio Azteca para despedir a Roberto Gómez Bolaños. Los asistentes debían llevar una flor blanca para su ídolo, pero los organizadores  fallaron. El horario cambió, las flores no pasaron y la larga espera terminó por apresurar el homenaje del comediante.

 

Hora uno: con ánimo festivo

 

 

La explanada del Estadio Azteca no estaba invadida de balones de futbol. Predominaban las antenitas de vinil, los gorros a cuadros, el Chipote chillón, las playeras rojas y los corazones amarillos. Cientos de fanáticos, desde temprano, formaron filas para ingresar al recinto y despedir a quien, dijeron, marcó su infancia: Roberto Gómez Bolaños, Chespirito.

 

Familias completas asistieron con disfraces y flores. Las filas para ingresar eran largas. Los primeros en llegar lo hicieron a las 7:00 horas, deseaban estar lo más cerca del cuerpo del actor. “Desde ayer venimos por nuestro boleto. Queríamos estar cerca de él, si no lo conocimos vivo, por lo menos queremos agradecerle los bonitos momentos que nos dejó”, dijo María del Carmen Flores.

 

La asistentes, sin distinción de sexo o edad, compraban diademas con las características antenitas de vinil de El Chapulín Colorado, banderines con la leyenda “Estarás siempre en nuestros corazones”, globos blancos, rojos, azules, verdes, de distintos colores, pero todos con la cara de El Chavo, por sólo 10 pesos. Los comerciantes, además, ofrecían playeras a 150 pesos, “para que te vistas como El Chapulín”, decían; y las tortas de jamón “como las de El Chavito”, para los que no habían desayunado.

 

Entre los mexicanos, algunos brasileños, chilenos, colombianos, argentinos y uruguayos llegaban con pancartas, banderas, “Todos en Latinoamérica te vamos a extrañar”, decían algunas. Eran ellos, los extranjeros quienes más gritaban, quienes ponían el ambiente, cantaban, pedían porras para él, su ídolo. “Estoy aquí para rendirle homenaje al hombre que tanto me hizo reír en mi niñez, con el que crecí y que tantas veces me llenó de alegría”, aseguró Paula Rodríguez, de Colombia.

 

Hora dos: comienzan las rechiflas

 

 

Pasaban los minutos y la gente seguía llegando. Entre porras y gritos: “El Chavo, El Chavo” y chiflidos pedían les dieran acceso.  A las 11:00, una hora después de la cita, las puertas del estadio se abrieron, ante los aplausos de un público expectante. Miembros de seguridad pidieron colocar los ramos de flores en la explanada. Cada asistente depositó sus ramilletes. En minutos, un centenar de rosas blancas conformaron un montículo plagado de cariño y agradecimientos.

 

Por las rampas de Coloso corrían pequeños caracterizados de El doctor Chapatín, Chaparrón Bonaparte, El Chapulín Colorado y El Chavo del Ocho. Otros más posaban para las cámaras, querían tener un recuerdo del homenaje “Chespirito, gracias por siempre”.

 

Hora tres: la larga espera  

 

Las butacas del estadio poco a poco se fueron llenando, sólo en la parte baja. El público quería el mejor lugar, donde pudieran ver, donde estuvieran más cerca. Mientras, las pantallas proyectaban el recorrido de la carroza fúnebre que salía de Televisa San Ángel. Cada imagen de Chespirito era aplaudida, gritada, alabada. “Se ve, se siente, El Chavo está presente”, gritaban en cada parte del recinto.

 

Por fin, el cortejo fúnebre llegó al Azteca. Familiares y amigos del intérprete de El Chanfle bajaron de las camionetas entre aplausos y gritos de los asistentes. El momento estaba próximo. Los organizadores dieron la señal. Del túnel salía un camión de color rojo. El público se puso de pie. Aplausos, gritos y porras dieron la bienvenida al cuerpo de Chespirito. “Olé, olé, olé, Chavo, Chavo”  se escuchaba de la cabecera norte hasta la sur. Conmovidas, personas algunas personas lloraban.

 

Hora cuatro: ¿qué sigue?

 

 

En las pantallas del estadio se proyectaban imágenes de Chespirito, sus personajes, sus actuaciones, su historia. Los admiradores reían la recordar sus capítulos favoritos, las bromas, los juegos; pero sin dejar de corear “Te queremos, Chavo, te queremos. Te queremos, Chavo, te queremos”. El féretro con los restos del actor fueron colocados al centro de la cancha, ante la mirada de cerca de 30 mil asistentes.

 

Por minutos, sólo fueron ovaciones para el homenajeado. En la cancha, retiraban sillas, bajaban al público al centro del Azteca, los familiares e invitados especiales se cubrían del sol debajo una carpa. Pero no había palabras para el público, una instrucción, un agradecimiento. En las tribunas, la gente esperaba algo más.

 

Hora cinco: a vaciar el estadio  

 

A través del sonido local, se anunció que se realizaría una misa de cuerpo presente. Minutos después, la gente comenzó a desocupar las butacas. “Esperaba otra cosa”, decían mientras venían hacia la cancha. El hecho obligó a apresurar la ceremonia religiosa, en la que rezaron por el descanso eterno del cómico, el escrito, el fanático del América.

 

Hora seis: pocos dicen adiós  

 

Luego de cerca de tres horas de homenaje, llegó el momento de despedirse. El coro de niños del Centro de Educación Artística (CEA) de Televisa entonaba “Grande es el legado de alegría, por eso, Chavo, ya eres parte de mi vida”, cuando de unas cajas volaron palomas blancas. “Hasta siempre, Chavo”, gritaba el público. Las golondrinas acompañaron el recorrido del féretro, por última vez en la cancha.  Y mientras la carroza sacaba el cuerpo de la cancha, alguien dijo “¿Y ahora quién podrá defendernos?”.