Bohemio como el puerto que lo vio nacer, cadencioso en su futbol como el son bajo cuyos acordes se crió, temperamental como una ola que se estrella contra el malecón, parrandero como el estado mexicano que presume 45 carnavales al año y diez fiestas patronales al día, fuerte como la Isla de los Sacrificios que le sirvió como brújula, eterno (y divertido) como la sobremesa de un desayuno veracruzano, preciso como un danzón bailado encima de una caja, artístico como lo inmortalizara en una canción su amigo Agustín Lara: “Yo nací con la luna de plata y nací con alma de pirata. He nacido rumbero y jarocho”… Pirata, como tenía que ser en una entidad con 745 kilómetros de litoral.

 

Pirata, porque desde un principio, este hijo de españoles vivió de embarcación en embarcación. Pirata, porque en tierra de invasiones (una, la enésima estadounidense al puerto, propició que con noventa días de nacido efectuara su primera mudanza), entendió que en la mar estaba el tesoro. Pirata, y no hubiese existido mejor forma de apodarlo ni de póstumamente apodar al estadio que lleva su nombre.

 

Ese escenario en el que se inaugurarán los Juegos Centroamericanos y del Caribe, muestra a su entrada la foto del inolvidable Luis de la Fuente, jarocho que triunfó en los futboles de España y Argentina, antes de cerrar su carrera en el punto al que siempre regresó, porque todo navegante que sale es un Odiseo que añora volver: Veracruz.

 

Las anécdotas sobre Luis son tantas y tan variadas que no sabemos (ni ya sabremos, ni hace falta, mejor creerlas) a cuáles dar crédito. Sus noches de copas que se prolongaban hasta la hora del partido, justo cuando un regaderazo frío en plenos vestidores lo alistaban para destrozar defensas. Sus diabólicos dribles e incontenibles remates, cuando destacaba con el Racing de Santander, que llevaron al histórico portero del Real Madrid, Ricardo “Divino” Zamora, a gritar: “¡Detened al chaval!”.

 

Su desesperación cuando estalló la Guerra Civil española y no hallaba cómo volver a México. Su obstinación a triunfar en Argentina, pese a que los locales no querían admitir que alguien bailara tango con el balón (y supongo que sin él) como ese extranjero. Sus frases, su simpatía, su desparpajo, su humildad, su técnica, su portentoso físico, reiterados por quienes le conocieron y recuerdan justo en el año en el que habría cumplido un siglo.

 

Resulta por demás curioso que el  Estadio Luis “Pirata” Fuente, donde a mediados de noviembre arderá el fuego centroamericano, se inauguró nada menos que con fuego de Olimpia. Se aproximaban los Olímpicos de México 68 y el coloso veracruzano había concluido sus construcciones. De tal forma que se decidió abrirlo formalmente encendiendo un pebetero en su interior.

 

De cara a la vigésimo segunda edición de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, el escenario vive una nueva remodelación que incluye trabajos de restauración, modernización, drenaje, estructura y accesos. Queda el emblemático cascarón y una inmortal frase flotando en la salada brisa: “Genio fuiste e inmortal serás en el futbol mexicano”, tal como rezaba la manta que portaron sus compañeros el día que se retiró, palabras retomadas cuando su nombre fue adherido para la posteridad al estadio del Fraccionamiento Virginia.

 

La cara más romántica de nuestro balompié, es la suya. Tan romántica, que el destino le impidió jugar un Mundial (y aun así, destacó internacionalmente). Tan romántica, que fiesta y pelota, música y gol, luna y sol, fueron para él lo mismo. Tan romántica, como si fluyera a ritmo de jarana. Tan romántica, como una noche de bohemia que inicie junto al mar por la casona jarocha de Agustín Lara y concluya en el estadio Luis de la Fuente, repitiendo quizá este verso compuesto del primero para el segundo: “Veracruz, vibra en mi ser, algún día hasta tus playas lejanas, tendré que volver”. Romántico, como sólo él: un artista apodado “Pirata”.