La arquitectura de la imagen puede generar un icono perpetuo. La de Brasil, se alimenta de futbol. Es futbol es a Brasil lo que la felicidad es para el mundo. Silogismo un tanto exagerado para ser real. Pero sabemos que en Brasil, el futbol es un asunto de Estado.

 

El problema inicia cuando, de manera sorpresiva ocurre un suceso que representa a la traición de la imagen. A la demografía brasileña no se le concibe como una sociedad anti futbolera, sin embargo, una espesa nube similar a la que se aposentó sobre España no hace muchos años (los Indignados) recorre las sedes donde se escenificará el Mundial que inicia pasado mañana.

 

¿Qué sucedió para que la mitad de Brasil se haya convertido en Indignados del Balón?
Inacio Lula sigue un camino similar al de Tony Blair. Aunque las comparaciones nunca son exactas, sí facilitan la concatenación de escenarios. Tony Blair fue una figura icónica gracias a la creación de un producto ideológico llamado Tercera Vía; una exaltación del socialismo nórdico combinado con los dictados del capitalismo estadunidense.

 

Sin embargo, llegado el momento, Blair levantó el brazo a George W. Bush en la tristemente famosa fotografía de las Azores. Se trató de la declaración de guerra en contra de Irak por el hipotético escenario de que Sadam Hussein tenía armas químicas. Después de la inexistencia de pruebas, fin de Blair.

 

El 6 de abril de 2013 incubó un sentimiento de traición entre los brasileños: la Fiscalía de Brasilia pidió a la policía federal la apertura de una investigación para aclarar las acusaciones contra el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva por pertenecer al nodo corruptible del que fuera presidente del partido de Lula, el de los Trabajadores, José Dirceu.

 

Para esa fecha, no sólo Dirceu se encontraba en la cárcel, también el empresario Marcos Valerio quien aseguraba que el expresidente también estaba implicado en una serie de sobornos a diputados para recibir de ellos su alineación en las votaciones.

 

Es decir, Lula, un buen día se despertó, abrió la ventana de su cuarto y se percató que su Primavera había concluido. El llamado Juicio del Siglo traía demasiada metralla para que no le afectara.

 

El caso no rebasó la jerarquía orgánica de Dirceu pero la imagen de Lula estaba tocada. La desafección por la política entre los brasileños creció con el inicio del Juicio del Siglo pero se agravó por las condiciones económicas.

 

Efecto Neymar, el inicio del Invierno

 

Los brasileños se percataron de que algo está fallando en el sistema meritocrático para que un jugador fiche por 100 millones de dólares (mil 300 millones de pesos). El storytelling sobre el caso Neymar puede resultar patético. De hecho, lo es sin necesidad de conocer los sentimientos que motivaron al presidente del Barcelona para encubrir las cifras reales.

 

El impacto no sólo tiene sus objetivos en la defraudación fiscal, también en la hiperdefraudación moral. Una hipótesis sentimental es que el presidente Sandro Rosell no quiso que la estrella del equipo, Lionel Messi, se enterara de la escandalosa cifra. Frente a esta escena, millones de brasileños asimilaban el show como una tragedia en su cotidianidad, sin embargo, y como mucha gente cree, el epicentro del malestar no se encuentra en las favelas, es la clase media la que se movilizó, inclusive, antes de que se revelara el caso Neymar.

 

Profesores universitarios, jóvenes que aunque sobradamente preparados no han encontrado oportunidad laboral, y profesionistas en general cuyas finanzas no son lo demasiado móviles para llegar a final de mes, se manifestaron durante la Copa Federaciones del 2013.

 

El grupo de los Indignados del Balón había nacido a la par de las fuertes y nunca suficientes inversiones públicas destinadas a la construcción de infraestructura mundialista. ¿Cómo explicar la multiplicación de los costos de construcción hasta llegar a 900 millones de dólares (11,700 millones de pesos)? Muy fácil. Facturas apócrifas pasaron por oficinas de políticos vinculados con la organización del Mundial.

 

Un ejemplo de despilfarro paradigmático es el estadio Mané Garrincha, que con más de 250 pilares de cemento que sostienen el techo de alta tecnología generó más de 11 mil 500 millones de gastos, unos 149 mil millones de pesos.
“¿Hay corrupción en el Mundial? Por supuesto, no le quepa la menor duda”, expresó Guil Castelo Brando, fundador de Contas Abertas (Cuentas Claras), que postula mayor transparencia en los gastos del gobierno.

 

“Donde hay dinero, hay corrupción. Y hoy por hoy en Brasil el dinero está en la Copa del Mundo” (La Vanguardia, 23 de mayo de 2014).

 

A pesar de que la opinión pública se encontraba asimilando la situación, en la página de internet de Universo Online, Gilberto Carvalho, ministro de la Secretaría General de la Presidencia de la República, escribía: “La crítica que más he oído hasta ahora es que los gastos de la Administración federal en el Mundial de futbol han perjudicado a las inversiones del país en salud y educación. Hasta ahora, ése es un mito sin lógica ni fundamento” (El País Semanal, 1 de junio de 2014).

 

La indolencia en tiempo real. La indolencia en tiempos en los que los ciudadanos de Brasil, como los del mundo entero, supieron que la última crisis global se originó en la burbuja inmobiliaria, en Estados Unidos.

 

Dilma y Pelé, pensemos positivo

 

La presidenta brasileña pidió el pasado lunes a los brasileños que reciban de manera “calurosa, humana y respetuosa” a los visitantes que llegan a Brasil.

 

“Cuando visitamos otros países (durante Mundiales) fuimos muy bien recibidos. Estoy segura de que los turistas se van a llevar aquí en Belo Horizonte, en su corazón, esa recepción calurosa, humana, respetuosa (…)”, afirmó la presidenta la que será una de las doce sedes del torneo.

 

Rousseff confió en que el Mundial va a poner de manifiesto la “alegría”, la “fuerza” y el “civismo” de Brasil e insistió en que el Mundial va a ser una “fiesta”. Como se ve, una serie de adjetivos que se desprenden de la marca Brasil, vinculada al futbol. Al mismo tiempo, en Sao Paulo,  la policía utilizaba gas lacrimógeno para controlar a un grupo de huelguistas que intentaba bloquear el acceso a una de las estaciones del Metro de Sao Paulo, cuyos empleados llevaban ya cinco días de huelga.