Empecemos con una obviedad: salir del clóset en el ámbito laboral –o sea, declararse abiertamente homosexual ante los colegas de la oficina-, no es una decisión cien por ciento ligada a la esfera de la aceptación individual, sino más bien de una disyuntiva consistente entre participar o no en la doble moral que aún predomina en un buen número de empresas de Latinoamérica.

 

Si un individuo no se acepta abiertamente como homosexual, no tiene sentido particularizar el caso al hábitat laboral: vivir en el clóset será una realidad que se extienda a todos los ámbitos de su existencia. Si, en cambio, la persona se ha aceptado como homosexual y adopta un estilo de vida congruente con esa preferencia, el tema de revelar su preferencia sexual en el trabajo será netamente pragmático: ¿qué clase de reacciones provocará la revelación ante sus colegas? ¿Será un obstáculo en su desarrollo profesional?

 

El asunto es un juego de hipocresías: si una persona homosexual, por discreta que sea, se asume como tal con su familia y amigos, será difícil que algún colega no se percate de ello. El punto sensible radica en mantener o no las apariencias de lo que la compañía considera moralmente correcto. En síntesis: salir del clóset en la empresa no consiste en sorprender a la oficina con una increíble revelación (¡Godínez es gay!), sino en ratificar sin complejos lo que todos en ella ya sabían, o por lo menos sospechaban.

 

El principal factor que debe influir en la decisión es el grado de conservadurismo de la empresa para la que se labora, el cual generalmente está asociado con sus esquemas de gobernanza. Es un asunto de sentido común: Si una empresa es vertical y el peso de la toma de decisiones está en manos de una familia conservadora (como es el caso de la aplastante mayoría de los consorcios regiomontanos, por ejemplo), quizá lo mejor sea mantener un bajo perfil; si, por otro lado, se trata de una organización donde la movilidad jerárquica se da bajo un esquema más heterogéneo, es probable que las consecuencias de salir del clóset sean mucho más reducidas.

 

El juego se complica más frente a una variable en extremo relevante: las actitudes que puedan asumir ante el destape algunos actores periféricos de importancia para la empresa, como clientes, proveedores o aliados. Si un cliente particularmente conservador se entera de que su cuenta es llevada por un homosexual, se corre el riesgo de que la retire. No se trata de escenarios poco probables. Conozco a varios ejecutivos de publicidad en México que se han topado con clientes que les han pedido remover a miembros abiertamente homosexuales del manejo de determinadas cuentas. Tampoco es extraño que algunos anunciantes en medios de comunicación manifiesten su rechazo en aparecer junto a contenidos donde se abordan temáticas homosexuales.

 

Lamentablemente, la mayoría de las compañías no está dispuesta a sacrificar ingresos en aras de no discriminar y hacer lo correcto. No todo es de color negro. Uno de los ejes en los que descansa la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es, precisamente, la abolición de prácticas discriminatorias en el empleo. Por eso es importante remarcar que la RSE es algo más que caridad o filantropía, sino una cultura de gestión que promueve, entre otras cosas, el desarrollo interno y dignidad de sus integrantes. Conforme la idea de ser socialmente responsable cobra fuerza, cada vez más empresas asumen lineamientos internacionales donde se establecen recomendaciones enfocadas a construir esquemas de respeto y tolerancia. A final de cuentas, la globalización no se reduce al libre mercado y el avance tecnológico; también implica el respeto irrestricto al derecho de no ser discriminado por tener una preferencia sexual distinta a la del jefe u otros tomadores de decisiones.