¿Cuál es nuestra responsabilidad en el manejo de la basura?

 

Mientras duerme la gente de un barrio clase mediero en San Diego, California, una extensa población de ratas “roban” la basura de las casas para alimentarse, pero no son los únicos que a hurtadillas extraen todo tipo de desperdicios; aunque eso sí, los propósitos son distintos.

 

Científicos como Óscar Romo, profesor de Planeación Urbana de la Universidad de California, clasifican, pesas y marcan la basura con microchips para después devolverla a los contenedores. En los meses siguientes harán un seguimiento por radar de los desperdicios que, ahora, han recuperado su utilidad, de esta manera conocerán cuánta lluvia será necesaria (cantidad de energía) para desplazarlos desde los basureros o las calles hasta el inevitable contacto con el mar, en el estuario de Tijuana.

 

Otros datos aparecerán en ese monitoreo: los puntos en los que tal cantidad de basura provocará taponaduras a la red de drenaje; el tipo de desperdicios que tarda más en ser absorbido por el entorno, así como –no menos importante– los hábitos sociales y la relación que los humanos establecemos con la basura, quizás el objeto más distintivo de nuestra cultura, en la que se halla buena parte de la explicación del porqué plagas como ratas y cucarachas nos han acompañado históricamente, en las buenas y, sobre todo, en las malas, o sea como focos de infección de todo tipo de enfermedades.

 

También, esa medición científica de la basura puede ser útil para demostrar el grave daño que a la naturaleza le provoca la producción de materiales que hoy sabemos tardarán miles de años en ser absorbidos por el medio ambiente, como el peligrosísimo unicel, “material plástico y rígido fabricado a partir del moldeo de perlas de poliestireno, que presenta una estructura celular cerrada y rellena de aire”. (*) (http://goo.gl/vwjIli)

 

Esos datos duros pueden servir también para diseñar mejores políticas públicas en el manejo y control de la basura y las plagas, pero también para crear ingeniosos programas que alienten mejores prácticas ciudadanas, como la reusabilidad, el reciclaje, siempre tirar la basura en un contender y separar los desperdicios orgánicos (por ejemplo, restos de alimentos) de los inorgánicos (por ejemplo papel, cartón).

 

Conviene también políticas públicas que fomenten el hábito de depositar por separado plásticos, aceites (nunca hacerlo en el drenaje, pues una onza de aceite quemado es suficiente para contaminar hasta 100 mil litros de agua residual) y la “basura tecnológica” (todo tipo de pilas y otros componentes de telefonía celular, computadoras, etcétera).

 

Esto es algo de lo que descubrimos quienes participamos en el diplomado de periodismo científico convocado por el Instituto de las Américas y la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación del Gobierno del Distrito Federal, en marzo pasado.

 

Ahí donde un ser humano sea capaz de comprender que el pedazo de alimento (basura orgánica) que dejó caer al suelo, aun sin querer, servirá como abastecimiento de las ratas, o que la envoltura de plástico, en especial de unicel, será arrastrado por las corrientes que formen granizadas –como las que cayeron en el DF el pasado fin de semana– y que éstas podrían convertirse en azolve (tapón) de alguna alcantarilla; o bien, que la pila de su celular contaminará durante millones de años el suelo y los mantos acuíferos que toque, y que, llevado por esas reflexiones, modifique sus hábitos, entonces y solo entonces podremos decir que estamos haciendo un genuino acto de amor: dejarles un mundo habitable a nuestros hijos.