Noticias que recorren e impactan el mundo, como el extravío de una aeronave malasia; o nuestra ciudad, como el cierre de más de la mitad de las estaciones de la Línea 12 del tren metropolitano pueden (y deberían) ser abordadas y difundidas con una perspectiva científica y tecnológica, antes que recurrir al sensacionalismo, la rumorología o la “declaracionitis”.

 

Esto, que debería ser una obviedad, resulta ser una trágica condición para el periodismo especializado en temas de ciencia, tecnología e innovación, pues el conocimiento rara vez ocupa los titulares de los diarios y los noticiarios de radio y televisión. Por otro lado, cuando así sucede, es más por los rasgos insólitos o increíbles que por la utilidad social que dicha información pudiera representar para los públicos, las lectorías y las audiencias.

 

Si uno mira un puesto de periódicos en la calle, lo primero que salta a la vista son declaraciones, no hechos. La ausencia de datos pasa desapercibida porque tampoco, del lado de la demanda y el consumo de noticias, estamos acostumbrados al rendimiento de cuentas.

 

Hay una similitud muy elocuente entre los sistemas políticos y de procuración de justicia con las formas y los procesos de comunicación e información que las sociedades se dan a sí mismas. El sistema jurídico mexicano –solo por poner un ejemplo y seguramente vendrá a la memoria la película “Presunto culpable”– basa su operatividad en las distintas versiones de los hechos que, tanto acusados como acusadores, manifiestan como verdad. No hay investigación basada en evidencias científicas que muestren los hechos fuera de toda duda razonable. Es una suerte de procuración de justicia basada en dimes y diretes donde gana el más hábil en el manejo de la argumentación. Otro tanto ocurre en el estilo de hacer política: más que las evidencias, la explicación científica exhaustiva y la rendición de cuentas, lo que se juega es la declaración y la credibilidad que determinado personaje haga o tenga de los hechos.

 

Así, mientras en el caso del avión malasio se llegó a hablar de “abducción” (palabra que ningún experto serio en aeronáutica habría empleado jamás), en el caso de la Línea Dorada del Metro, durante su inauguración hubo muy poca información basada en ciencia o en ingenierías que explicara de una manera accesible cómo iba a funcionar y por qué se proyectaba esa obra como la más importante de inicios de siglo para la Ciudad de México. El periodismo de ciencia estaba ahí, con su amplio abanico de fuentes de información basada en conocimiento, a la espera de ser utilizado.

 

El nivel cultural de una sociedad se define también a partir de la forma como se organiza para conocer su entorno, crear sus procesos de comunicación e información y utilizarlos para difundir los conocimientos y tomar decisiones basadas en los datos que de esas prácticas obtiene. La información es poder, solía afirmar el filósofo inglés Francis Bacon, pero esto sucede si se cumple la siguiente regla: cuanto mayor base científica tiene la información de la que se nutre una sociedad, mejor será su toma de decisiones; entonces se empodera y puede exigir cuentas claras.

 

El valor de las noticias basadas en evidencias científicas más que en declaraciones, es algo de lo mucho que aprendimos los periodistas participantes en el taller Ciencia, tecnología e innovación; nuevas oportunidades para la colaboración internacional, que se llevó a cabo del 18 al 21 de marzo del 2014, en San Diego, California, organizador por el Instituto de las Américas y la Secretaría de CTI del Gobierno del Distrito Federal, con apoyo del CONACYT y la Academia Mexicana de Ciencias, integrante de la mesa directiva del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, AC (FCCyT).