Ciencia, tecnología e innovación (CTI) es un tema que la opinión pública suele tratar con una mezcla de fascinación, escepticismo y confusión, y esto apunta al grado de apropiación que socialmente tenemos los ciudadanos respecto de la terminología y los objetivos propios de ella, así como de lo lejos que estamos de percibir la generación de nuevos conocimientos como fuente de posibles respuestas o soluciones a los problemas más cotidianos y sensibles que nos atañen.

 

Si se mira objetivamente el éxito, el poder de convocatoria y el raiting alcanzados por la presentación de Beakman, uno de los divulgadores de ciencia más reconocidos en la televisión mundial, durante la transmisión de los dos programas este fin de semana, y que tuvo como escenario la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cualquiera pensaría que la cultura científica de mexicanas y mexicanos promedio mantiene un considerable buen nivel.

 

La beakmanía que se suscitó y sus resonancias fueron un indiscutible logro de la comunidad científica, de los divulgadores de la Somedicyt, algunos de los cuales laboran en la DGDC-UNAM; la Academia Mexicana de Ciencias, la Facultad de Ciencias de la Máxima Casa de Estudios y de un largo proceso de colaboración que abarca a diversas comunidades, instituciones y organizaciones del sector.

 

En un ejercicio mucho más modesto, impulsado por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, AC (FCCyT) durante el Segundo Taller de Indicadores, en enero pasado, expertos del Conacyt intercambiaron puntos de vista y opiniones respecto de los alcances y hallazgos de la Encuesta Nacional Pública de la Ciencia y la Tecnología (ENPECYT) en México. Uno de los puntos más relevantes fue la propia estructuración de dicha encuesta y enfatizaba sobre si un sondeo de esa naturaleza rescataba verdaderamente la percepción o tan sólo la opinión de la ciudadanía con respecto a un saber general asociado a la ciencia y la tecnología.

 

Otro ejercicio de acercamiento entre comunicadores y académicos, empresarios y tomadores de decisión en materia de CTI fue el desayuno-conferencia de prensa convocado ayer también por el Foro Consultivo y al que acudió casi medio centenar de medios. Ahí quedó patentizada la necesidad de innovar para comunicar con formas más creativas a los sectores del conocimiento y la sociedad, y ese reto lo recogió en toda su importancia la doctora Gabriela Dutrénit, titular de ese órgano consultor.

 

La cuestión no es poca cosa. Precisamente, según los resultados de la ENPECYT, sucede que los mexicanos solemos confiar casi por igual y al mismo tiempo tanto en el pensamiento mágico como en el pensamiento científico. Sería interesante ver qué pasaría si una de las preguntas de esa encuesta fuera: “Mencione usted a los tres científicos contemporáneos que más recuerde”. Sería plausible que entre esos nombres figurase el de Mario Molina, Premio Nobel de Química en 1995, o los de Stephen Hawking y Carl Sagan, pero también sería muy probable que surgiera el de Beakman (que en realidad se llama Paul Zaloom), lo cual no estaría mal; sin embargo, y eso sí sería muy lamentable -aunque quizá no del todo descabellado-, quizá la gente ubicaría dentro de esta descripción a personajes como Jaime Maussan o Walter Mercado, resultado de una confusión ya tradicional entre Astronomía y Astrología.

 

El asunto de fondo es que hay un auténtico interés de la gente por saber y conocer (y no conformarse con sólo creer) a qué se dedica la ciencia básica; qué significa el desarrollo experimental y cuál es su relación con la tecnología y la innovación. Así mismo, hay una intención por parte de muy importantes actores de la academia que en su labor de divulgación revelan la importancia y la cotidianidad que el conocimiento basado en CTI tiene para las mujeres y los hombres concretos de nuestra historia contemporánea. En una palabra: la CTI se vive, se come, se siente.