Washington. La salida del presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, anunciada este año, pone fin a uno de los periodos de política monetaria más expansiva de la historia del banco central de Estados Unidos para hacer frente a la crisis resultado del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008.

 

Bernanke, nombrado por George W. Bush en 2006 y confirmado por Barack Obama en 2009, lanzó una agresiva política de estímulo por medio de un programa multimillonario de compra de bonos y bajó los tipos de interés de referencia a un nivel entre el 0 % y el 0,25 %, donde se encuentran desde 2009.

 

Estudioso de la “Gran Depresión” de 1929 y la década posterior, el presidente de la Fed no quería que se repitiese la historia en lo que se ha calificado como la “Gran Recesión” y decidió utilizar todas las herramientas a su disposición para revitalizar la anémica economía estadunidense.

 

Y ello debido, especialmente, a las características únicas de esta crisis, marcada por su larga duración y la inusual incapacidad mostrada por la economía estadounidense para repuntar con rapidez.

 

Entre las medidas adoptadas por Bernanke sobresale la llamada “relajación cuantitativa”, la inyección de liquidez mediante la compra de bonos en tres tandas multimillonarias (2008, 2010 y 2012), y que se ha convertido en el principal signo de identidad de su mandato, que concluirá el 31 de enero de 2014.

 

“Ben encaró un sistema financiero que estaba al borde del colapso con calma y sabiduría, con valiente decisión y una creatividad que han logrado poner freno a la caída libre de nuestra economía”, dijo Obama al anunciar en verano de 2009 su decisión de mantenerle en el puesto.

 

En la misma línea se expresan expertos y economistas de todo el mundo, al destacar su gestión al frente del banco central más poderoso del mundo en uno de los contextos económicos más complejos de la historia reciente.

 

Jacob Kirkegaard, investigador del Peterson Institute de Washington, explicó que, “sin duda, la implementación exitosa de medidas no convencionales como la relajación cuantitativa” se convertirá en una “referencia” para “futuros” banqueros centrales.

 

En los últimos meses, dados los tibios signos de mejoría, el propio Bernanke anunció en junio que podría iniciarse antes de final de año una retirada progresiva de este programa de compra de bonos, por valor de 85.000 millones de dólares al mes, si se consolida la tendencia positiva.

 

Sin embargo, los problemas presupuestarios que afronta Estados Unidos, alimentados por la incapacidad de republicanos y demócratas en el Congreso para alcanzar un acuerdo de medio plazo, han retrasado el comienzo de esta normalización monetaria.

 

Precisamente por la magnitud del estímulo y su escala sin precedentes, la sombra de Bernanke, de 59 años, se mantendrá sobre la Fed durante años.

 

Más si cabe después de que Obama designara en octubre como su sucesora a la actual “número dos” en la Fed, la economista Janet Yellen, uno de los principales respaldos del actual presidente para la puesta en práctica del plan de estímulo.

 

Los datos, además, parecen dar la razón a Bernanke.

 

Las principales críticas a Bernanke por su agresivo programa lanzadas desde los sectores más conservadores se concentraban en los riesgos de sobrecalentamiento económico como consecuencia de esta enorme inyección de liquidez.

 

Sin embargo, no se han materializado, y la inflación aún se encuentra notablemente por debajo del 2 % marcado como meta por el banco central estadunidense.

 

En todas sus comparecencias, el presidente saliente se ha encargado de recordar el doble mandato de la Fed, que exige intentar no sólo la estabilidad de precios sino también el pleno empleo, y no ha dejado de subrayar que el desempleo en EU todavía es demasiado alto, del 7 % en noviembre pasado.

 

Ahora es el turno de Yellen, de 67 años, quien deberá continuar el legado de Bernanke.