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Entremezclados entre los monstruos, parafernalia de terror y calabazas de Halloween, se encuentra una de las tradiciones más ancestrales en nuestra cultura mexicana: el Día de Muertos. Siempre en estas fechas es una delicia viajar a provincia y poder experimentar de primera mano los festejos que se celebran año con año en los pequeños cementerios pueblerinos llenos de cempasúchil y ofrendas. A la vez, el pan de muerto, es una preparación, que nos conecta directamente con nuestras raíces indígenas fusionadas con la tradición católica.

 

Como nos dice la antropóloga Dra. Rosa Ma. Garza Marcué en su investigación sobre la comida ritual del Día de Muertos en Culhuacán e Iztapalapa. “El día de muertos es un ritual que está relacionado directamente con el ciclo agrícola en el que los mexicas hacían ofrendas a los muertos… Es un ritual de agradecimiento y conservación de alimentos y cosechas, un ritual de reproducción de vida, los muertos se convierten en bienhechores que abogan por la comunidad y ahuyentan el hambre… A finales de octubre, se asean las casas y los panteones para recibir a los difuntos… Desde el 31 de octubre esperan a los niños difuntos y el día 2 de noviembre se come en el panteón con los muertos… La creencia generalizada es que los difuntos adultos llegan el 2 de noviembre. En muchas comunidades, la tradición de muertos, también gira en torno a la reciprocidad y el intercambio con la “donación de ceras” en el panteón.”

 

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