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“Cuando sea grande, quiero casarme y tener sólo hijos hombres” anunciaba, Edgar, el niño filipino de 8 años, que formaba parte de las niñas y niños entrevistados por Barnabas y Anabel Kindersley en el libro Niños como Yo, donde UNICEF dio a conocer las costumbres y sueños de la infancia alrededor del mundo.

La sentencia de Edgar se quedó grabada en mi mente desde los 9 años. Me enfadaba, pero sobre todo, me generaba un sinnúmero de preguntas, ¿por qué el rechazo a las niñas? ¿acaso los niños eran más valiosos? ¿en qué basaba su aseveración? Tiempo después comprendí que a esa edad, quien hablaba no era Edgar, sino la cultura patriarcal en la que había crecido y que discrimina a las mujeres.

El rechazo a las niñas ha sido una constante en la mayor parte de las sociedades, al grado de que en muchos países, principalmente en China e India donde existe una fuerte sobrepoblación, se practican abortos selectivos e infanticidio, que tienen como propósito eliminar a las futuras mujeres.

Según el libro de la periodista Mara Hvistendahl, Choosing boys over girls, and the consequences of a world full of men (Escoger niños sobre niñas y las consecuencias de un mundo lleno de hombres) hace falta en el mundo más de 160 millones de mujeres que no llegaron a nacer, fueron asesinadas tras el parto, o murieron en la infancia por negligencia alimentaria y/o médica.

Estas prácticas nocivas de selección sexual tienen una profunda raíz cultural donde lo masculino se impone sobre lo femenino por ser considerado de más valía, debido a que en naciones como India, históricamente las mujeres han sido privadas de heredar bienes, y se da por sentado que se casarán y terminarán siendo benéficas solamente para la familia del esposo, por lo tanto son consideradas una inútil inversión.

El nulo valor que se otorga a las niñas mina su pleno desarrollo y limita su participación en una sociedad que las desecha por considerarlas del ámbito de lo doméstico, en oposición al espacio público que ha sido cooptado por los hombres.

Escasas han sido las medidas para que este tipo de prácticas eugenésicas cesen y aquellas que se han puesto en marcha como la que en 2004 en India aprobara que las hijas heredaran a la par que los hijos y los incentivos económicos a familias con hijas en China, no son suficientes ya que el problema es de carácter cultural.

Reflexionar sobre la discriminación hacia las niñas, no sólo a través de drásticas medidas de eliminación, sino también a través de la baja representatividad de las niñas y jóvenes en la vida pública,  me remite a la intensa y eterna discusión en torno a la división de los ámbitos público y privado, siendo este primero tradicionalmente asignado a los hombres y el segundo a las mujeres.

La separación hecha entre las esferas de lo público y lo privado es pieza central para comprender las inequidades que viven en la sociedad las mujeres desde que son niñas.  Puesto que se han sobrevalorado las contribuciones de los hombres fuera de casa sin tomar en cuenta que para que ellos puedan desarrollarse a cabalidad en el espacio público dependen de la funcionalidad de un espacio doméstico que les dé estabilidad y al que tradicionalmente son subsumidas las mujeres.

La sociedad se ha construido sobre la exclusión de las mujeres de la vida pública, exclusión de la cual son más vulnerables las niñas e incluso muchas de las veces la exclusión germina en el seno familiar, lo cual no permite abrir camino a la futura práctica de la ciudadanía de las mujeres como adultas.

A escasos días de la celebración del Día de la Niña (11 de octubre) es fundamental tirar viejos prejuicios para lograr un cambio cultural, incrementar la educación femenina, abolir la discriminación por sexo  y por lo tanto la preferencia de tener hijos hombres, otorgar el justo valor a las niñas que serán futuras ciudadanas con pleno derecho.

Me pregunto ¿Edgar habrá conquistado su deseo de tener descendencia masculina únicamente?