La nostalgia es un mecanismo que tiene la ciudad para recuperar un poco de memoria en su disco duro rendereado por la especulación inmobiliaria, la transformación natural de cada urbe, la pérdida de espacios emblemáticos, el olvido que genera el paso del tiempo en las cosas y personas, así como la destrucción ocasionada por desastres naturales.

 

 


 

Así, en medio del huracán, la nostalgia también es un instrumento contra el sonambulismo al que nos lleva la instauración del Tiempo en nuestras vidas. La Privada Roja, en la calle Serapio Rendón número 61, antes calle de la Industria, en la colonia San Rafael, es un artefacto construido en 1907, en el declive del poder del dictador Porfirio Díaz y aún articula en sus muros una defensa contra el olvido.   En sus muros rojos, únicos en toda la colonia fundada casi a la par que la Roma, la Condesa. ¿Cuántas voces guardan silenciosos sus paredes? “La ciudad come, deglute y duerme ruido. Emite ruidos cada siglo. Emite los mismos ruidos que el siglo XVIII, junto con todos los ruidos que desde entonces han evolucionado”, la reflexión es de Eric Packer (Cosmópolis, Don DeLillo). Nostalgia lanzada al futuro, porque el presente ya no nos pertenece. Sólo el pasado y el futuro inmediato. En el pasado, construcción de la decadente aristocracia porfiriana, en el presente, una vieja casona rentada para estudiantes.  

 


Ante el crecimiento de la ciudad, en 1852 comenzaron a construirse las primeras viviendas sobre el ejido de la Horca; a este lugar lo llamaron la colonia de los Arquitectos y es mucho antes de las famosas Roma, Condesa, Santa María la Ribera y la Guerrero. Es hasta 1891 cuando nace la San Rafael ya como un importante lugar donde se reunían las clases política, cultural, militar y religiosa de finales del porfirismo. A 112 años aún conserva algunos rasgos de su sello arquitectónico que van desde las viejas vecindades alargadas con largos y angostos pasillos con remates art decó, o palacetes con estilo mudéjar, viviendas de puertas enormes sostenidas por columnas con remates neoclásicos. Por eso dicen que las ciudades modernas se sostienen de fantasmas, en este caso construcciones que al paso del tiempo son núcleos de nostalgia de un pasado que ya no volverá pero también espacios arquitectónicos que hacen confluir el presente, pasado y futuro.

 

 

Así como Packer habla de los sonidos de la ciudad podríamos decir lo mismo sobre la arqueología del DeEfe: “emite los mismos estilos arquitectónicos que el siglo XVIII, junto con todos los que desde entonces han evolucionado” hasta dejar de ser única, fija, intransferible para ser y hacernos móviles, nómadas, intercambiables, ubicuos. Ya no es esa antigua colonia San Rafael con únicos teatros de lujo y palacetes donde se reunían las logias del siglo XIX, ahora es también esa vertiginosa avenida San Cosme tridimensional saturada de comercios, vehículos, peatones, sexoservidoras, despersonalizada, con espectaculares peleando espacios con las antenas de telecomunicaciones en las azoteas.

 

La nostalgia y el futuro. Imposible saber cómo será la San Rafael del 2050, fecha en la que se calcula que 70% de la población mundial vivirá en las ciudades, claro, en las llamadas microunits, miniespacios caros para los urbanitas del futuro. Ahora, mientras tanto, permanecen los restos del Teatro Cine Ópera, un gigante que se cae lentamente a unos pasos de San Cosme casi esquina Serapio Rendón.