Poco antes de perderlo todo, hasta la cabeza, después de lo cual lo demás ya casi no tenía importancia, Madame Rolland, Marie-Jeanne Flipon, alcanzó a murmurar mientras sobre ella silbaba guillotina: libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre.

 

Y ayer, en el nombre del formato (¿quién podría haber dicho, formato cuantas babosadas se dicen en tu nombre?) los señores diputados de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal lanzaron imprecaciones y denuestos contra el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, a quien luego le aplaudirían, casi tanto como los entusiastas de la valla de Donceles, sobre todo cuando hizo una profesión de valentía política: “No promoveremos escenarios violentos ni caeremos en provocaciones que nos orillen a tomar decisiones equivocadas.  No rehuiré mis responsabilidades, ni tampoco las consecuencias de mis decisiones.

 

“La tolerancia es símbolo de fortaleza, nunca de debilidad. Pero la tolerancia encuentra razón cuando hay diálogo constructivo, cuando no se afectan los intereses de terceros. Por ello somos firmes en el ejercicio de Gobierno”.
La crónica del “Día del Jefe”  sobrepasó los entusiasmos programados. Miguel Ángel Mancera fue –como dicen en la música—in crescendo y logró al final de la jornada salir con más de cuanto tenía al llegar. Comenzó con un minuto de silencio, y terminó con varios minutos de aplausos.

 

Lo arroparon los suyos –de Cuauhtémoc Cárdenas al anónimo coordinador de Iztapalapa; Jesús Zambrano e Ifigenia Martínez—y los ajenos. como Miguel Ángel Osorio Chong, el discreto secretario de Gobernación con los nervios alerta;  Eduardo Sánchez quien tanto colaboró con el gobierno en el desalojo del Zócalo, cuya plancha no volverá a ser mancillada hoy por los tercos de pago de la CNTE (según ha dicho el GDF); y las tribus enviaron sus tributos alharaquientos, sus banderas en formación lineal de Bolívar al Eje Central, su sonido y el impecable respeto a una organización absoluta, calle por calle, esquina por esquina: estamos con usted.

 

Y si algo le faltaba, trece gobernadores de la República le vienen a brindar una concurrencia con la cual la CONAGO ya tendría “quórum”.

 

-Bien, a toda madre, le dice al final uno de ellos, cuya vernácula expresión quedará anónima en las teclas de este redactor.

 

-Gracias.

 

Vigilancia y granaderos con modales de edecán (a veces hay edecanes con modales de granadero, pero en fin) y hasta la enorme grúa Chapman a media calle toda llena de pantallas y monitores.  Ahí estaban prestos al abrazo quienes hace tiempo apenas eran sus adversarios internos; Alejandra Barrales y Mario Delgado, ambos muy orondos con su empaque de senadores republicanos.

 

Mancera comienza con el minuto de silencio en memoria de quienes perdieron la vida en las inundaciones y aguaceros de los días anteriores, en Guerrero, en Tamaulipas, en Veracruz. Gran efecto, gran golpe para hacerse emocionalmente de la audiencia.

 

-Gracias; dijo cuando el reloj se había tragado los 60 segundos fúnebres. Sin despegar los ojos de la lectura se tiró todo el rollo. Hay quien  jura haber visto “cabecear” al ingeniero Cárdenas quien presuroso recomponía cabeza y atención.

 

Ya la diputada Ariadna Montiel, quien presentó la postura del PRD (su partido durante el  formato desagradable: ¿dónde está, por qué no nos escucha?, decían),  había hecho toda clase de juegos gimnásticos para terminar con una salida estilo Comanecci: estamos de acuerdo con su informe, señor  jefe de Gobierno. Y uno siempre se sorprende cuando observa el acuerdo ante un  documento aun no conocido.

 

¿Clarividencia o disciplina? Lo primero imposible.

 

Hace años en ese mismo edificio los presidentes de la República caminaban por el “Pasillo Imperial”. Ahora no los dejan ni acercarse al Congreso.

 

Ayer, en la escala de la ciudad, Mancera fue el hombre del día. Una resurrección, “El día del Jefe”.