Esta semana se instaló la mesa del Pacto por México para discutir la reforma política. Por su parte, los panistas disidentes y el PRD en el Senado preparan una ruta de discusión alterna. Promoverán 30 reformas centradas, prioritariamente, en contenido electoral y de partidos. La disidencia panista, obsesionada con oponerse al PRI, prioriza candados electorales, algunos loables, sobre el urgente rediseño institucional, necesario para promover el desarrollo social y económico. Mientras, el Pacto, pasa de largo las reformas incómodas como la reelección de alcaldes.

 

En su compromiso 94, el Pacto establece la revisión de la reelección para legisladores pero no se menciona la de alcaldes. Este no es un tema atractivo para partidos o ciudadanos. Sin embargo, es, posiblemente, el principal obstáculo para la prevención de la violencia y el desarrollo adecuado de las ciudades.

 

Hoy, casi 80% de la población vive en zonas urbanas. Estas son gobernadas por alcaldes cuyas candidaturas dependen de sus partidos más que de su entendimiento de las ciudades que van a gobernar. En su mayoría, saben poco de la administración local y menos aún de desarrollo urbano. A su desconocimiento técnico, se suma el corto plazo de su gestión y la no reelección. Es imposible reordenar una urbe en tres años sin vistas a que sean, al menos, seis.

 

Los alcaldes carecen de incentivos y de tiempo. Como consecuencia, su gestión suele estar plagada de irregularidades, corrupción y clientelismo. Buscan complacer al partido, no a la ciudadanía.

 

Las ciudades se caen en pedazos. Crecen desordenadamente, carecen de estrategias de movilidad y de distribución de servicios públicos. Las colonias populares se deterioran y los alcaldes no saben cómo atenderlas. No hay servicio civil, lo que impide la continuidad de políticas acertadas. La población vive a merced de experimentos trienales y arreglos con criminales.

 

Ante colapsos económicos o de violencia, los alcaldes no pueden rediseñar sus ciudades. Ceden la función de desarrollo urbano a las constructoras de vivienda y de centros comerciales. Los resultados están a la vista: unidades habitacionales semi abandonadas que son nidos de violencia, ausencia de espacios públicos y de dinámicas urbanas adecuadas. Las ciudades en México no juntan el talento sino que lo dispersan. No generan un entorno para aumentar la anhelada competitividad.

 

Para los políticos, la reelección municipal es un tema incómodo. El control de las candidaturas locales garantiza la construcción de ejércitos electorales pero impide el desarrollo local. Por eso, de nuevo, los temas electorales se anteponen a los cambios estructurales.

 

Evitemos la confusión. Tener un presidente del PRI, por más oficio político que tenga, no es suficiente para alinear a más de tres mil mandatarios locales. Ellos entienden su autonomía y gozan de recursos federales que desincentivan su recaudación. No tienen incentivos a ser responsables, ni a construir instituciones sólidas, y sí pueden limitar el alcance de la política federal. Los cambios a las normas federales no son suficientes para reordenar las ciudades. Los alcaldes necesitan incentivos no instrucciones.

 

La mesa del Pacto y el Congreso deben reconsiderar y dejar sus prejuicios, y rencillas. No habrá otra oportunidad en el sexenio. Urge atender las deficiencias institucionales porque los arreglos cupulares no alcanzan para construir la paz. Es tiempo de confiar en el votante que sabe perfectamente premiar a un buen gobernante y castigar al charlatán.