Ser un artista original es una de las aspiraciones más concurridas y trilladas para quienes, inspirados, emprenden la creación de una obra que perdurará por años asombrando a todo aquel que se atreva a mirarla detenidamente, abstrayéndose del mundo y del tiempo para estar a solas con esa manifestación artística producto de un talento decantado único e irrepetible.

 

Independientemente de si esta aspiración es válida o no, talento y originalidad no son instrumentos que estén a disposición de la voluntad del ejecutante en el momento en que éste lo requiera. Acepto que el talento puede convertirse en una disciplina que además de irse depurando servirá como medio para los hallazgos que cada creador obtenga de su obra.


Parafraseando, es famosa la cita de Picasso donde dice que no sabe si la inspiración existe, pero si sí, seguramente lo ha encontrado trabajando. En mi opinión, esta declaración de principios de un creador extremadamente talentoso se refiere a que le preocupaba más pintar per se, que el resultado final de los lienzos que habrían de inmortalizarlo para la momificada posteridad. Con esto no quiero decir que sus complicadas y magníficas imágenes no fueran tomando forma en su mente mientras trabajaba en ellas, sino que el talento se vive, se padece, se existe para él o se ignora, pero no puede obtenerse a través de nada ni de nadie porque es inherente, y se manifiesta por medio de un acto natural e instintivo, incluso primario.

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Por eso muy pocas veces eso de lo original provoca un éxito inconmensurable para su creador, tanto para el que dispone que su obra sea única, obteniendo como resultado un arte manipulado, como para el que entrega su voluntad a su creación y dispone que sea el talento mediante la sensibilidad el que intervenga por él en la manera de plasmar esa obra.

 

José María Andrés Fernando Lezama Lima (JLL) es uno de esos creadores cuya sincera originalidad le prohibió en vida cualquier clase de comodidad inmediata, pero que desde 1976 le ha servido a la posteridad para santificarlo en el mundo de las letras como un autor-barroco-gongorino-contemporáneo que influyó ya no digamos en varios géneros literarios, sino en autores como Reinaldo Arenas, Julio Cortázar e incluso Juan Ramón Jiménez, quienes de alguna forma intelectual contrajeron una deuda impagable al ser convidados por la gran cultura y persona que fue.

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Afirmó que no se puede poner en tela de juicio que alguien como Lezama Lima pudiera no solamente practicar más de una forma de escritura con grandes y excelentes hallazgos que van mucho más allá de los meramente lingüísticos, y que se insertan directamente en el alma de quien lo lee, y que además como amigo y colega procuró poner su acervo intelectual a disposición de los creadores con los que tuvo relación, pero cada uno de estos actos fue sin aspirar a ninguna de estas grandilocuencias que se mencionan de él. Lo hizo porque eso era él: José María Andrés Fernando Lezama Lima.

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No creo que en el arte haya gurús ni aprendices, sino interlocutores que conversan entre sí con el único fin de indagar en el alma del prójimo, exponiendo la suya a cambio, y pienso que JLL hizo esto con cada una de sus letras, amén de las personas que tuvieron la fortuna de charlar con él, ya que en cada uno de estos puntos, es más que evidente la calidad artística y humana de dicha persona, pero no podemos dejar de lado el hecho de que eso no excluye la realidad de que Lezama no supo, o no quiso, hacer de su obra un salvavidas social que lo hiciera flotar cómodamente en el mar del Caribe hasta que algo mejor se le presentara —tal como hizo Carpentier—, sino que caballerosamente supeditó la grandeza de su obra al destino que ésta mereciera independientemente de él, y mientras, como ser humano y no como creador, se encargó de su catolicismo, de su homosexualidad, pero sobre todo de esa hambre que padecía en un país que de pronto olvidó, o no supo o no quiso, la originalidad de los suyos, gente como Lezama, Piñera, Cabrera, Arenas…

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No deja de llamarme la atención que justo este último dice de JLL en su portentosa Antes que anochezca: «La belleza bajo un sistema dictatorial es siempre disidente, porque toda dictadura es de por sí antiestética, grotesca […]. Por esta razón, tanto Lezama como Virgilio terminaron su vida en el ostracismo y abandonados por sus amigos.»

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En otras palabras, la belleza de Lezama en la literatura no es que su obra abarque distintos géneros, sino que sea un género en sí misma, donde cada uno de sus libros ya sea de poesía (Muerte de Narciso, Dador), ensayo (Analecta del reloj, La cantidad hechizada) o narrativa (Paradiso, Oppiano Licario) dan cuenta de algo que va más allá de clasificaciones literarias porque su sinceridad expresiva, amén de ser compleja, explaya la sensibilidad de un hombre por medio de su obra hacia un universo y un mundo que bien puede celebrarla por siempre, u olvidarla por su compleja originalidad, destinos que, por cierto, no ha dejado de padecer (ni tampoco de hacerla pervivir) la literatura de JLL.

 

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