Me muevo en un mundo profesional en el que, aun sin ser arquitecto, convivo a menudo con arquitectos. Algo aprendo, es mucho más lo que olvido y lo que no sé. Ignoro si por tales cualidades o por tales defectos, pero mis últimas visitas a la Cineteca Nacional y mis conversaciones acerca de ese espacio no hacen sino reforzar mi pesimismo sobre el trabajo improvisado para ampliarla y remodelarla.

 

En los últimos cuatro meses no he escuchado un solo comentario positivo acerca de la remodelación de la Cineteca. No sólo porque la obra está inconclusa, sino porque cada vez que uno mira los detalles se encuentra más con esfuerzos por alimentar egos, que por mantener un espacio agradable, donde se viva y reproduzca el cine a través del tiempo. Tengo más de 25 años frecuentándola. Es, sin duda, el cine que más he visitado en la vida. No es que el proyecto no me guste, es que simplemente no le encuentro forma.

 

Su estacionamiento era un desperdicio de espacio. Una gran plancha de cemento con más terreno que el dedicado a la proyección de películas. Ese fue uno de los argumentos que leí a favor de la remodelación. A cambio, nos devuelven un monumento al automóvil que se puede ver a varios kilómetros de distancia, con las luces llamativas pa’ que se note que el coche manda. Este monumento al auto nos da la bienvenida, pese a que la mayor parte de los usuarios (según la propia Cineteca) entra caminando.

 

Con la misma constante de las obras del calderonismo, el presupuesto de 540 millones de pesos no alcanzó y tendrán que gastar más recursos para terminarla. Calderón quería alimentar su ego con obras de último minuto; la directora, Paula Astorga quería alimentar su ego con un espacio modernizado que diera la espalda al cinéfilo tradicional que llega en transporte público y abrazar al aspiracional que llega en su carrito. Michel Rojkind, el arquitecto de este bodrio, alimentó su ego con una obra muy fotografiable, bonita en maqueta, muy adecuada para los libros de arquitectura, para la élite de su gremio; no algo funcional, no algo accesible, no algo que equilibre el área existente con la nueva, no algo que le sirva al cine.

 

¿540 millones de pesos para cuatro salas de cine y un estacionamiento? ¿No estamos ante otra Estafa del Bicentenario? Por mucho que incluya proyectos como la videoteca digital, el espacio no parece haber recibido 540 millones de pesos, y si fuera el caso, tampoco muestra haberlos necesitado.

 

¿Cómo creen que deba entrar una persona en silla de ruedas a una sala de cine, a través de una rampa gigantesca o mejor desde un acceso sencillo en la planta baja? ¿Dónde deben estar los baños para personas con discapacidad, arriba o abajo? Es allí donde Rojkind -más allá del legítimo derecho a vender sus proyectos- falló y donde las autoridades de la Cineteca fueron incapaces de exigir al arquitecto accesibilidad (poner rampas no es accesibilidad).

 

¿Por qué la vieja Cineteca y la nueva Cineteca lucen como dos proyectos completamente distintos, y el mega estacionamiento como un tercer proyecto? ¿Por qué cuando miro hacia los páneles que dan forma al proyecto de Rojkind me deslumbro con baratos focos de neón que ni siquiera pudieron colocar en forma discreta?

 

La Cineteca cuenta ahora con estacionamientos para bicicleta, qué bueno. Sin embargo, uno intenta llegar a ellos por la entrada vehicular y el acceso está prohibido, así que hay que apearse y compartir espacio (y escalón) con los peatones porque tampoco pudieron prever un acceso para bicicletas.

 

Ya se anuncia con bombo y platillo, una nueva terminación de la terminada e inaugurada Cineteca. Esto será en septiembre. Y para colmo, Paula Astorga cortará dos veces el listón, a no ser que Rafael Tovar y de Teresa descubra que lo están timando.

 

@GoberRemes