Un grupo de reos de alta peligrosidad tenía las llaves de todos los accesos internos y externos del penal de Gómez Palacio. Lo controlaban. Ese día, cuando se amotinaron para impedir su traslado, recorrieron todas las instalaciones y fueron tomando como rehenes a los custodios, en total nueve, los torturaron y luego los mataron con saña.

 

En respuesta, cuando la policía estatal ingresó al penal, mataron a 15 presos, los de mayor peligrosidad, los líderes de quienes se habían amotinado e intentaban fugarse de forma masiva ante la advertencia de que ya no habría más privilegios, uno de ellos, el más importante, el permiso a los reos para salir de noche.

 

Ocurrió el miércoles 19 de diciembre en el Ce tro de Readaptación Social (Cereso) de Gómez Palacio, Durango, y las investigaciones de la Procuraduría General de Justicia del estado aún no muestran avances, apenas las recolección de testimonios que dejan ver cómo el motín fue planeado con una semana de anticipación, por lo menos, y cómo aparentemente autoridades y presos estaban coludidos, y cómo lo que sería una fuga terminó en una operación de exterminio.

 

Los testimonios recabados por este diario cuestiona la versión oficial, que quedó plasmada en el comunicado de la Secretaría de Seguridad Pública del estado de Durango, en el que se sostiene que los presos se amotinaron con la intención de fugarse y empezaron a disparar a las torres de vigilancia de la penitenciaria, así mataron a varios de ellos. Después, según el mismo documento, vendría la respuesta de los custodios y se daría un enfrentamiento.

 

La despedida

 

Una semana antes de ser asesinado, Juan supo que tenía las horas contadas. Viajó a su pueblo y visitó a su familia más cercana. Se despidió. Le pidió a su esposa que le diera la bendición y apenas soltó, no se preocupen, estarán bien.

 

Juan era custodio hacía tiempo del Cefereso de Gómez Palacio. Fue asesinado ese miércoles en que ocurrió el motín. Su cadáver tenía más de una decena de heridas de puntas y su cabeza el tiro de gracia.

 

Otro de los custodios también viajó dos horas de camino para llegar a su pueblo natal, estaba de descanso justo una semana antes del miércoles violento. Le confesó a su madre que tenía miedo de regresar a su trabajo en el Cefereso. No quería reincorporarse a sus tareas como custodios. Pero no le explicó a qué le temía, se limitó a decirle que el comandante, su jefe, les había ordenado volver, sin pretextos, después del permiso de salida.

 

Regresó a su trabajo y también lo mataron. Le torturaron. Su cuerpo acumuló 17 piquetes y un impacto de bala de rifle de asalto.

 

En total fueron nueve los custodios asesinados y la Fiscalía de Durango confirmó a este diario que todos fueron torturados antes de morir y presentaban heridas “como de machete”.

 

Ojo por ojo

 

Uno de los participantes del operativo para recuperar el penal asegura que los presos tenían llaves de las áreas del penal. Su control era total, sostiene.

 

A los custodios los tomaron como rehenes y se llevaron a los túneles de la prisión para torturarlos. A otros los metieron a una celda. Ningunos de ellos salió vivo.

 

Minutos después ingresó la Policía estatal, pudieron darse cuenta de cómo habían asesinado a los custodios y, según el mismo testigo, los agentes respondieron y les dispararon a los 15 reos.

 

Entre los reos muertos, aseguraron varios testigos, se encontraba El Delta, un preso ligado con el Cártel de Sinaloa y que en julio de 2010 salió a la luz porque se denunció, mediante un video de un policía municipal de Lerdo, que la entonces directora del penal, Margarita Rodríguez, dejaba salir por las noches a un grupo de reos para que llevaran a cabo ejecuciones en Torreón, Coahuila, uno de ellos era El Delta.

 

Han pasado dos semanas y la Secretaría de Seguridad Pública Estatal ni siquiera ha dado a conocer la lista de quiénes murieron durante el motín, ni siquiera de los seis heridos. El argumento es que no puede hacerlo hasta que los familiares “hayan ido a reconocerlos”.