La historia de un pueblo se conoce a través de su suelo. Bajo esta premisa arqueólogos mexicanos indagan en 150 kilos de tierra traídos de Israel los secretos de Magdala, una antigua ciudad porteña, por cuyas calles habrían caminado Cristo y María Magdalena hace más de dos mil años.

 

Después de dos años de trabajos de excavación en Israel, encabezados por la mexicana Marcela Zapata (cuyos avances fueron reportados por este diario a finales de 2011), químicos y arqueólogos del laboratorio del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM son los encargados de develar detalles de la vida cotidiana de Magdala, sepultada 200 metros bajo el mar de Galilea.

 

Esta ciudad fue la más próspera durante el siglo I después de Cristo y, según refiere la Biblia, Jesús predicó en la sinagoga del lugar, pues se cree que este personaje visitó todos los pueblos ubicados a la orilla del mar.

 

También es el lugar donde habría nacido María Magdalena, liberada por Jesús de los siete demonios que en ella habitaban, según narra el evangelio de San Lucas. De hecho, su nombre no era María Magdalena, sino María de Magdala.

 

El descubrimiento de esta antigua ciudad -donde se construye el Magdala Center un albergue de peregrinos-, se ha convertido en el mayor hallazgo de Israel en los últimos 50 años, y son mexicanos los arqueólogos que trabajan para descubrir los secretos que guardan tres hectáreas de este pueblo histórico.

 

A dos años de las excavaciones en este lugar, los arqueólogos han encontrado viviendas, calles bien trazadas, los baños sagrados, los centros de almacenamiento de alimentos, un mercado, monedas, flechas, cuchillos, huesos de animales, granos, semillas, arpones y cerámica, además de kilos y kilos de tierra que tienen algo que contar

 

Es tiempo de suspender la búsqueda. Ha llegado el momento de analizar cada una de las piezas encontradas y cada gramo de tierra traída de Israel a través de un procedimiento diplomático.

 

La química de la tierra

 

Desde hace más de 30 años, el equipo del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM realiza análisis del “piso arqueológico”. El suelo es la memoria más importante de un lugar, pues conserva la historia a través de las actividades que se realizaron sobre él y que pueden conocerse con pruebas químicas muy simples, explica Agustín Ortiz, el líder del grupo.

 

 

FOTO: Gretta Hernández

 

 

Hace 50 años, dice, la arqueología era monumental, sólo se revisaban las pirámides y las tumbas más importantes, pero al llegar al suelo se registraban los hallazgos, limpiaban y se iban.

 

“Donde se cayó algo, ahí se va a almacenar y es una cosa interesante porque cuando nosotros estamos haciendo el estudio químico de estas ubicaciones, cada una de estas manchas no es fortuita sino de una actividad cotidiana, que se hizo durante mucho tiempo”, señala el arqueólogo.

 

En el laboratorio hay muchos tubos de ensayo, matraces, líquidos transparentes y mecheros, como en cualquier laboratorio de química. Ortiz indica que las pruebas son sencillas pues es química básica, pruebas de presencia y ausencia.

 

En estos análisis, explica, se buscan proteínas, carbohidratos, ácidos grasos, carbonatos, sustancias ácidas o alcalinas, y fosfatos que se encapsulan en el suelo y pueden quedarse allí por miles de años.

 

“La actividad doméstica genera ciertas sustancias. Por ejemplo, podemos tener un suelo con pH alto y encontrar ácidos grasos, eso nos habla de que ahí había un fogón y cocinaban algún tipo de alimento”, precisa el especialista.

 

La experiencia es amplia y reconocida por colegas de Chile, España, Italia, Perú y Bolivia. En ese mismo laboratorio se han hecho pruebas químicas que arrojan detalles de la vida cotidiana de unidades habitacionales prehispánicas de Tlaxcala, la región maya, Teotihuacán, el Templo Mayor en el DF, Xochicalco y Oaxaca.

 

Además de las pruebas de suelo, los botánicos y antropólogos físicos analizarán los granos y huesos de animales que se encontraron en Magdala, mientras que Marcela Zapata revisará los cuchillos, navajas y piedras filosas encontradas en el lugar.

 

Al mismo tiempo, en Israel se estudian las monedas y piezas de cerámica hallados en la zona y que no pueden salir del país.

 

Una vez que estén listas las pruebas de laboratorio, los especialistas cruzarán toda la información recabada durante la excavación, el análisis de los objetos y referencias bibliográficas existentes, para poder descifrar cómo vivían en Magdala, que estuvo ocupada por judíos, romanos y migrantes europeos hasta la época bizantina (alrededor del año 1400), cuando quedó sepultada bajo la sal y arena del Galilea.

 

“Van a ser sorpresa muchas cosas que encontremos, porque necesitamos saber qué materiales hay allí. Nosotros ya tenemos estudios en ánforas donde se sabe qué guardaban, y podremos compararlos con lo que salga en este lugar”, puntualiza Agustín Ortiz.

 

 

Agustín Ortiz | FOTO: Gretta Hernández

 

 

La casa de María Magdalena

 

Aunque no es el principal objetivo, los arqueólogos mexicanos buscan la casa que se supone habitó María Magdalena en este pueblo.

 

La arqueóloga Marcela Zapata explica que los peregrinos refieren que la casa existió y que sobre ésta, santa Elena edificó años después una basílica. Sin embargo, hasta el momento no se ha encontrado evidencia al respecto.

 

 

Mapa del proyecto de excavación | FOTO: Gretta Hernández