Adolfo Suárez cumple el día de hoy 80 años. Su salud se deteriora como consecuencia de una enfermedad degenerativa y su memoria se ha disipado. Una memoria cuyo contenido protagónico era de oro. Existen pocas referencias cuyos nombres representan un viaje al pasado victorioso. El nombre de Adolfo Suárez lleva implícito la palabra progreso. A muchos políticos se les caen los dientes cuando escuchan mencionar a “los pactos de la Moncloa”; les rechinan porque ven a Adolfo Suárez una referencia modélica imposible de imitar. Pactar en tiempos post franquistas no era fácil.

 

Adolfo Suárez tuvo enemigos, que al día de hoy, posiblemente lo niegan porque el juicio de la Historia, a favor de Suárez, es inapelable. Enemigos fueron, desde el aplaudido y europeísta Felipe González (PSOE), que le retiró su apoyo cuando el propio Suárez intentó fortalecer el partido centrista, hasta el hoy deteriorado e intervencionista rey don Juan Carlos de Borbón, a quien le dio miedo que Suárez se saliera de la hoja de ruta diseñada por él mismo, es decir, por Juan Carlos; qué decir de Alianza Popular (AP) en cuyo seno se incubó el espíritu franquista, hoy, transformado en el Partido Popular (PP).

 

Los poderes fácticos tampoco quisieron a Suárez: el ejército nunca vio con buenos ojos el ingreso del partido Comunista al espectro ideológico español; a la iglesia tampoco le gustó esa decisión, a pesar de que Suárez era católico de misa de siete de lunes a domingo.

 

Las variables macroeconómicas detonaron la caída súbita de Adolfo Suárez. Las crisis económicas, siempre intolerantes con los políticos. En casi cinco años de gobierno, Suárez logró desarrollar una estructura de partidos  e introducir a la escena política las negociaciones con motivos de progreso. Treinta años después, las palabras siguen sonando progres en parlamentos como el mexicano, tan adicto al involucionismo. Situémonos en la época de Suárez: postfranquista donde cualquier amago del ejército provocaba que se moviera, como hojas de árbol, cualquier estructura política.

 

El 29 de enero de 1981, el entonces presidente Adolfo Suárez apareció en las pantallas de la televisión para anunciar su renuncia. “He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la presidencia. Me voy, pues. Sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento”.

 

A sus 80 años, Adolfo Suárez no puede aconsejar a Mariano Rajoy. Dos épocas diferentes pero en ambos casos con crisis económicas profundas y qué decir de las políticas. José Pedro Pérez-Llorca, que fue ministro de Presidencia bajo el mando de Suárez, y también es reconocido por ser un padre de la Constitución, señala que a Suárez le preocupaba en particular dos temas: el económico y el territorial. “Adolfo Suárez sabía tomar decisiones rápidas, incluso instantáneas si era indispensable” (ABC, 23 de septiembre de 2012). Este es uno de los vacíos peligrosos del actual presidente Mariano Rajoy.

 

Otra escena que bien vale la pena contemporizar es la que narra Alberto Aza, quien fuera el director de gabinete de Suárez en la Presidencia del Gobierno. Aza asegura que recibió la primera indicación de Suárez, 48 horas después de haber tomado las riendas del Gobierno: “Entra a mi despacho cuando quieras, menos cuando esté al teléfono con el Rey”. Tiempo después, Suárez le confió a Aza: “Los éxitos de mi Gobierno se los tiene que apuntar la Corona, y los errores, el Gobierno”. A valor presente, la intromisión del Rey en el asunto catalán es tan lamentable como descriptivo: el Rey y Rajoy ya no charlan con Adolfo Suárez a pesar de que necesiten.

 

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