En estos días, las acusaciones cruzan la red como si esto fuera un partido de tenis. No tiene caso perder el tiempo viendo en televisión los despliegues atléticos de Roger Federer o de la única realmente Serena, la Williams. Es Ricardo Monreal quien domina la pantalla con sus invenciones magnetofónicas en un imaginario match point set contra Luis Videgaray, quien ni se despeina, ya los banqueros han calificado de falsedades las acusaciones en torno de una millonaria cuenta bancaria adjudicada a su persona y demostrada con una fabricación cuya manufactura, dice hasta uno de los que están de su lado: “no pasa la prueba del ácido”.

 

Como pacientes hormigas, como mínimos escarabajos, las mentiras van y vienen por la nación entera. Divulgan  sus murmullos por los hilos invisibles de internet, irrumpen en las cámaras de la televisión y carcomen los micrófonos de pacientes locutores cuya incontinencia las multiplica, divulga y amplifica. Se llama libertad de expresión, dicen.

 

Los marchantes acusan a los políticos del sabotaje a sus almacenes y los acusados reaccionan con la vieja técnica de gritar acusaciones de ratería al viento de la tarde, ¡Al ladrón, al ladrón!, dice Jesús Zambrano cuando los sorianos y canacos y antados lo señalan a él y a su jefe político (Andrés) y al operador de su jefe político (Ricardo) de incitar al pillaje y el incendio, palabras terribles publicadas en desplegados indudables cuyo contenido nos remite al eco estridente de la “lucha de clases”. Pero aquí algunos no tienen clase.

 

Manchan mi honor, dice circunspecto el líder del PRD, y lleva un pliego a la justicia para buscar la consignación de los ofensores a quienes sin embargo, en un acto de generosidad, podría perdonar si le ofrecen una comedida disculpa. Yo te pateo y tú me pides perdón, le dice a los tenderos. Y el gran sacerdote de la queja les recomienda a las cuotas, serenen sus ánimos, no mientan, jamás hemos cometido sabotajes, nunca de los nunca, jamás de los jamases.

 

Pero las acusaciones cruzan la red como si esto fuera un partido de tenis. No tiene caso mirar por la televisión los despliegues atléticos de Roger Federer o de la única realmente Serena, la Williams, cuando vemos el top spin de Ricardo Monreal con sus invenciones magnetofónicas en un imaginario match point set contra Luis Videgaray, quien ni se despeina (trabajoso sería) para eludir cuanto los banqueros ya han calificado de falsedades y pretensiones en torno de una cuenta bancaria adjudicada a su persona y demostrada con una fabricación cuya manufactura, dice hasta uno de los suyos, “no pasa la prueba del ácido”.

 

Del ácido no; pero del “has ido…a”, quien sabe.

 

Todos mienten. Sólo al quejumbroso le pertenece la verdad y por eso la aprieta en un puño como si fuera un cetro. Pero dejemos el deporte y los insectos murmurantes y vayamos mejor a la poesía.

 

Recordémosles a los militantes de esa izquierda pugnaz, cuyas lanzas alcanzan para todos los molinos y todos los vientos, aquellos versos del enorme Huerta: “no te creas fugitiva razón ni emblema suave…”, o recurramos al maestro Jorge Luis Borges, ahora puesto en la escena  gracias a Elenita Poniatowska la ministra del inexistente ministerio de cultura del también imaginario Segundo Gobierno Legítimo:

 

“Vindicar realmente una causa y prodigar las exageraciones burlescas, las falsas caridades, las concesiones traicioneras y el paciente desdén –dice en su Arte de injuriar (Historia de la eternidad) —, no son actividades incompatibles, pero sí tan diversas que nadie las ha conjugado hasta ahora”.

 

Y ante la profusión de incordios y anatemas, uno se queda apenas valido del refugio de aquellas palabras de Miguel Servet condenado a la hoguera cuando la justicia divina se expresaba de tan ígnea manera:

 

“Arderé, pero eso no es más que un hecho pasajero. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad”.

 

Hasta ahora, hemos visto una cuestión de mera estrategia dividida. Los movimientos sociales han sido aprovechados con oportunismo para generar una falsa impresión de masivo rechazo a una candidatura triunfante y un candidato aritméticamente invencible.

 

En estos momentos, valdría la pena preguntarse si las inconformidades son sociales (es decir, si se extienden a toda la sociedad, más allá de los resultados electorales ya presentados) o son inducciones mediáticas hacia la parte más estridente y rijosa del espectro político, trabajadas con ciencia y paciencia por expertos en la propagación de rumores, mentiras, falsedades y verdades incompletas con  los cuales operan la altamente rentable industria de la reclamación.

 

El mejor ejemplo es el caso de Scotiabank. La secuela es perfecta para ejemplificar una actitud deplorable.

 

Pero no lo olvidemos. En México, las actitudes más ridículas se pueden convertir en fortalezas insospechadas. El célebre “¡hoy, hoy, hoy!” de Vicente Fox, lo exhibió en uno de sus peores rasgos, la terquedad ignorante, y eso fue suficiente para consagrarlo en las preferencias de un electorado irreflexivo. Tiempo tuvieron para desilusionarse quienes se sintieron convencidos de las calidades del abajeño y no vieron en ese pequeño destello las evidencias de una ineptitud posteriormente demostrada.

 

Hoy el hombre cuya carrera política no ha sido sino el aprovechamiento industrial de la protesta, convoca a sus seguidores a aportar en sus interminables “asambleas informativas” (eufemismo de mítines inagotables) pruebas de los delitos existentes o inexistentes.

 

Los delitos por las pruebas presentadas y las pruebas existen sólo por su origen.

 

Si las aporta el “pueblo bueno”; es decir, la parte de la ciudadanía con cuya fidelidad cuento (pagada o no a través del clientelismo infinito del PRD, es lo de menos) son de inmediato evidencias incontestables de la existencia del mal; del fraude, de la compra de votos (de la otra compra), de la conjura de todas las fuerzas malignas contra la bondad de los desposeídos y por tanto pruebas irrebatibles, cuya cierta condición el Tribunal Electoral deberá tomar en cuenta para declarar desierta la presidencia lograda mediante tan ruines procedimientos y dictaminar el advenimiento de un interino, cuya designación será obra mía, evidentemente, hasta lograr nuevas elecciones cuyo resultado podré impugnar de nuevo si no me favorece.

 

Así, seguiremos “discutiendo en la eternidad”, como dijo Servet líneas arriba.

 

 

Pero en el mundo de las otras realidades, las cosas siguen siendo terribles. En poco más de una semana, los mineros de Coahuila prueban con sus muertes (13) las intolerables condiciones de sus miserables empleos. No basta con alzarse de hombros y decir con aparente resignación, así es la minería, es un trabajo peligroso.

 

Precisamente por sus altos riesgos debe ser algo protegido, con los mayores recursos posibles para evitar los peligros, no para sucumbir ante ellos.

 

Por lo pronto, sólo hay una evidencia: la negligencia crónica de la Secretaría del Trabajo y sus correspondientes de la región carbonífera de Coahuila, donde las palabras Barroterán y Pasta de Conchos resuenan con ritmo de desgracia infinita, favorecen a los dueños de las minas;  de los pozos infames, con riesgo de las vidas sin valor de los mineros, niños y jóvenes o viejos o curtidos por el tiempo y el polvo, sin intención alguna para poner orden a las labores de extracción de una vez por todas.

 

Afónicos se han quedado quienes claman por condiciones de seguridad. Y sordos ante sus gritos quienes deberían escuchar. Es una vergüenza.

 

 

Por eso, por el desprecio a la vida, por los peligros de vivir en México en la mina, en la calle o en la rispidez de la política, ya hay quienes toman el camino del éxodo, del exilio. Algunos lo hacen tras las gruesas vidrieras de sus casas en San Antonio o Houston, Dallas, Miami o Connecticut y algunos con más simpleza en las universidades de prestigio como Yale o Harvard.

 

Los bombazos y atentados contra diarios de la cadena de El Norte y el grupo Reforma, ya no son vistos de cerca por su dueño, quien prefirió desde hace tiempo, irse del país, dejándole debajo de la puerta una carta a Felipe Calderón.

 

Pronto  se podrá encontrar con él  en Texas, donde quizá se sienten a conversar o jueguen a las damas chinas, al ajedrez o al dominó mientras evocan sus años de esplendor político o empresarial en esta tierra dejada de la mano de Dios, donde los políticos en abierto bizantinismo discuten y disputan una elección cuyo resultado ya se conoce desde hace seis semanas.

 

Ha publicado el Dallas Morning News:

 

“Para el comandante en jefe de México, una posible salida de su país podría ser percibida como una admisión sobria de qué tan frágil permanece la seguridad nacional y qué tanto trabajo falta hacia el futuro. A lo largo de los años, decenas de miles de mexicanos han huido de su país, muchos estableciéndose en Texas”.