Barcelona el 23 de abril es una explosión de rosas y libros. Rosas en conmemoración de aquella flor que según cuenta la leyenda el caballero Jordi le ofreció a la princesa después de matar al temible dragón que la tenía prisionera.

 

Y, ¿libros? Esta es una historia menos romántica y mucho más pragmática. Fue un editor catalán, Vicente Clavell Andrés, quien en 1926 propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona que se instaurara una fiesta del libro como herramienta para el fomento de la lectura y también, todo hay que decirlo, mejorara el negocio de los editores no demasiado floreciente.

 

La fecha que se propuso fue la del nacimiento de Cervantes, el 7 de octubre, pero en 1930 se cambió por la del 23 de abril, día en el que coincidían la muerte de Cervantes, la de Shakespeare y la del inca Garcilaso de la Vega. La fiesta se convertía así en una conmemoración con sabor más internacional, además, también coincidía con la del santo patrono de Cataluña, sant Jordi, y su fiesta de la rosa.

 

Desde aquel 23 de abril de 1930, incluso en los duros años de la guerra civil, las calles de ciudades y pueblos de Cataluña se llenan cada año este día de libros y rosas.

 

Las librerías, grandes y pequeñas, céntricas o de barrio, salen a la calle y los escritores van de una a otra firmando ejemplares de sus últimas obras. El encargado de una pequeña libraría de mi barrio me comentaba hace unos días que las ventas en este día suponían más del 40% de sus ventas anuales.

 

Por su parte, los editores eligen esta fecha para presentar sus novedades más populares y en los días anteriores crece la publicidad y promoción de los mismos.

 

No es fácil a determinadas horas pasear por las grandes avenidas barcelonesas repletas de personas de todas las edades, muchas de las cuales quizás compren mañana el único libro del año. No es día propicio para los lectores habituales que gustan de rebuscar en los estantes de las librerías y de charlar con el librero amigo.

 

Libros y autores abandonan cualquier rasgo elitista para convertirse en objetos y personas populares que se ponen al alcance de todos. Ante un escritor más o menos mediático se forman largas colas esperando que estampe su firma en el libro adquirido que quizás luego se regale a alguna persona querida. Cuando los prejuicios sexistas eran muchos, la rosa era para la novia y para el novio el libro. Ahora, cuando las estadísticas muestran que el número de lectoras es notablemente superior al de lectores, las cosas han cambiado.

 

En España vivimos tiempos difíciles, leer los periódicos es un excelente ejercicio de masoquismo, si ayer había malas noticias económicas, las de hoy son peores. Sin embargo es primavera, a los mediterráneos nos gustan las fiestas en la calle y, algo menos pragmáticos que nuestros socios germánicos, a veces dedicamos nuestros pocos euros a comprar fantasías.

 

Aunque libreros y editores temen que este año las ventas reflejen la dura crisis que estamos viviendo, creo que Barcelona seguirá siendo una fiesta con olor de rosas y libros en las manos.

 

Es en días como este cuando parece más evidente que el libro de papel gana la partida al digital porque, ¿quién va a regalar a su ser querido una prosaica descarga de un libro para su e-reader?, sería como enviar por mail una rosa sin perfume.

 

*Doctora en ingeniería por la Universidad Politécnica de Barcelona