Conocí a Miguel de la Madrid a fines de 1974, cuando él era director general de Crédito en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y yo director general de Inversiones Extranjeras en la Secretaría de Industria y Comercio. Desde entonces surgió una respetuosa relación. Me impresionó su claridad de ideas, su disposición pragmática a negociar, su firmeza, cuando de principios morales se trataba, y su visión integrada nacional e internacional.

 

La última vez que lo vi fue hace seis meses, presidiendo una reunión del Círculo de Estudios México, foro mensual de reflexión en el que participábamos antiguos colaboradores, amigos intelectuales y empresarios nacionalistas de vieja estirpe. Celebrábamos su curiosidad y persistencia para seguir discutiendo temas prioritarios sobre el presente y el futuro del país, como la reforma política, la energía, el agua, el sistema financiero, el crimen organizado y los problemas el desarrollo rural. A mí me tocó insistir en la reindustrialización de México en el nuevo entorno global.

 

La noticia de su fallecimiento me provoca un gran vacío y nostalgia por el pasado y por el futuro. Nostalgia por los tiempos en que siendo él subsecretario de Hacienda pude apoyarlo en la búsqueda de un desarrollo nacional y regional más equilibrado; añoranza por aquella campaña a la Presidencia de la República en que lo asistí en la definición de una política integrada e innovadora de fomento industrial y comercio exterior; y más tarde en su implementación como subsecretario, en las etapas críticas de México y el mundo.

 

De la Madrid tuvo que enfrentar la adversidad desde una hora temprana tras de su elección, cuando el Presidente López Portillo anunció, contra su convicción, la nacionalización de la banca y el control de cambios; hasta los difíciles momentos del terremoto de 1985 y la caída de los precios del petróleo en 1986, que lo obligaron a responder a una crisis sin precedentes con medidas drásticas, impopulares, pero inevitables, que lo llevaron cargar con la responsabilidad de un crecimiento cero de la economía y de una burbuja inflacionaria, pero también con el logro, rara vez reconocido, de haber sentado las bases de la estabilidad macroeconómica, de una balanza comercial equilibrada y de un nuevo desarrollo productivo en la hora global, con el ingreso de México al GATT en que, ya se olvidó, se obtuvo un plazo largo para hacer competitiva la industria y la agricultura nacionales.

 

Pero ante todo, la muerte del Presidente me provoca nostalgia sobre el futuro; sobre el México nuevo que nos espera, que está naciendo con dificultad y que está urgido de líderes morales dispuestos a emprender las medidas necesarias pero difíciles en materia política y económica, tras 30 años de bajo crecimiento y 12 de una transición frustrada; para avanzar hacia una sociedad sustentable, con equidad e inclusión social y un efectivo y transparente estado de derecho.

 

Miguel de la Madrid fue un gran presidente, de una sola pieza, con una gran integridad y calidad moral, que hizo lo que pudo y más de lo que uno pudiera prever en una época de crisis ininterrumpidas, resultado de la acumulación de eventos dramáticos en México y el mundo: la crisis nacional heredada de los excesos del estatismo y la deuda externa y del agotamiento de un modelo económico, en un marco global caracterizado por la caída de los precios del petróleo, el alza de las tasas internacionales de interés y el surgimiento de las políticas neoliberales del Consenso de Washington con Reagan y Thatcher a la cabeza.

 

En esta hora triste, lo admiro por su tesón frente a la adversidad, por su honestidad, por su apertura al cambio global sin ceder en una convicción profundamente nacionalista, y por su pronunciamiento valiente a favor de una gran renovación moral. Algunos de estos esfuerzos se vieron frustrados por una realidad política nacional e internacional. Otros, por su candidez respecto al mundo y algunas personas que lo rodeaban. Si de algo puede haber pecado fue de idealismo en momentos de grandes transformaciones.

 

Pero la nostalgia de su espíritu y del futuro que ya está aquí con nosotros nutre mi corazón. Mucho se dirá sobre Miguel de la Madrid, pero será siempre difícil hacerle justicia al gran hombre que supo ser él mismo, en sus circunstancias adversas, como argumentaría Ortega y Gasset. Todavía está por escribirse la biografía que nos sirva como estímulo para la construcción de un exitoso futuro nacional.

 

* Director del Mauricio de Maria y Campos Instituto de Investigaciones sobre Desarrollo Sustentable y Equidad Social (IIDSES) de la Universidad Iberoamericana