Vecinos del número 42 de la calle Río Danubio, en un barrio acomodado de la ciudad de México, conviven con el último vestigio en nuestro país de la desaparecida y poderosa Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS).

 

Es la capilla privada de un grupo de mujeres y hombres, naturalizados mexicanos en su mayoría, pero con ascendencia en los países que formaban hasta 1991 el imperio soviético (Rusia, Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán) y otros de Europa Oriental.

 

Vista desde la acera, la casa podría ser la sede de una agencia de viajes, aunque en su interior sería la de un anticuario religioso, dada la profusión de colguijes, candelabros, muebles tallados, óleos y mosaicos con iconos similares a los que hacían artistas rusos del siglo XVI y XVII.

 

“Aquí en México, nuestra gente sufre en silencio, alejada de sus pueblos, y en realidad lo único que puede regresarlos a sus raíces culturales es la iglesia y la práctica de la fe”, dice a 24 HORAS Nektariy H-Petropoulos, monje y antropólogo nacido hace 45 años en Sujum, Abjasia, Grecia.

 

Tez morena, bigote y barba ralas, cabellera obscura con la que forma un pequeño nudo que alza sobre el cuello de la sotana, Nektariy representa la máxima jerarquía dentro de la Iglesia Ortodoxa Rusa en México… pese a ser griego.

 

Y es que Nektariy administró durante 16 años la Catedral Ortodoxa Griega de Santa Sofía, en Naucalpan, estado de México; periodo en el que trabajó al lado del obispo Pavlos de Nacianzo, quien fue asesinado en 1984, saliendo de la Catedral Metropolitana, a manos de un radical guadalupano quien posteriormente se suicidaría.

 

Ahora, Nektariy tiene una encomienda especial de los rusos: construirles un templo o catedral en esta ciudad de México, proyecto para el que dice contar con el aval del Patriarcado de Moscú, entidad que coordina las multiétnicas iglesias ortodoxas del orbe.

 

Actualmente, los europeos orientales con forma migratoria mexicana suman cinco mil, según el Instituto Nacional de Migración (2009). Y aunque las dos terceras partes no profesan ninguna religión, actualmente sólo poseen la capilla privada, exclusiva para socios, y un templo abierto en Nepantla, Estado de México; “un lugar muy bello, al pie de los volcanes, pero tan apartado que ya no van los rusos”, lamenta el monje.

 

PERSIGNARSE… EN RUSO

Coros femeninos, cánticos celestiales sin uso de instrumentos de música, así como fuertes rezos masculinos, estremecedores para quien no entiende eslavo antiguo, guían la liturgia. En el monasterio privado de la colonia Cuauhtémoc, entre incienso y velas, hombres y mujeres se persignan a la manera ortodoxa.

 

Juntan los primeros tres dedos de la mano derecha, que simbolizan la Santísima Trinidad. Aprietan los dos restantes contra la palma, significando el descenso de Cristo a la tierra. Se tocan la frente, para bendecir el raciocinio; después el estómago, bendiciendo los sentimientos; luego los hombros, glorificando al cuerpo. Finalmente, extienden todo el brazo, doblando la cintura, hasta casi tocar la punta del pie. Es la expresión de humildad con la que se postrarían ante la cruz del Gólgota.

 

Persignarse no es lo más difícil de la liturgia ortodoxa rusa.

 

Los asistentes parecen seguir la misa al dedillo  y sin erratas. Voz muy queda, para no enturbiar el coro o las oraciones de tres sacerdotes que van y vienen, provistos de adminículos sagrados, por entre un pictórico retablo de madera que tiene al centro dos pequeñas puertas de hoja abatible, simbolizando las del Cielo.

 

Antes de venir a misa, los ortodoxos han dado fe de haber cumplido normas que para un cristiano occidental podrían resultar excesivas.

 

Las mujeres no acuden en periodo de menstruación, mientras que los hombres deben “purificarse” en confesión si han tenido una emisión de semen durante horas previas. Ello, porque ambos fluidos se consideran “muestra de humanidad” y así no pueden besar vasos, candelabros e iconos; costumbre que equivale a la de católicos que se forman para recibir una hostia en labios.

 

Y así como ocurría en las antiguas misas mexicanas, las damas vienen de falda larga, cubiertas de la cabeza y sin maquillaje; los hombres, casi recíprocamente, tienen prohibido asistir con prendas de manga corta. El objetivo es que solamente manos y rostros queden al desnudo.

 

Los dos sexos realizan ayunos que van de 12 a 36 horas, significándoles al año un total de 180 días; muchos de estos que son particularmente estrictos: ningún producto animal o aceite.

 

Y hay más; infinidad de reglas que aprenden desde niños y acatan, literalmente con devoción.

 

“Cuando un mexicano viene a decirme que quiere ingresar a la iglesia ortodoxa, tiene que convencerme de sus verdaderas razones, porque en verdad este es un camino muy difícil: nuestra iglesia es muy escrita, no cambia, no se mueve… a diferencia de otras, donde hoy no se sabe si se está en un templo o en un teatro”, apunta Nektariy.

 

VODKA, BODAS-EXPRESS Y MAFIA RUSA

Problemas característicos de los países eslavos persiguen a estos inmigrantes en México, informa Nektariy, quien dice contar en su comunidad con toda clase de especialistas para brindarles apoyo:

 

“Entre los rusos, el problema del alcoholismo es grave: por las condiciones extremas del clima, allá siempre han tomado mucho vodka, mientras que la cerveza la consideran como una medicina y se vende en las farmacias”.

 

Otros problemas afectan a su comunidad, especialmente a las mujeres, cuenta el entrevistado:

 

“La cantidad de agencias que a través de Internet gestionan bodas entre mexicanos y eslavas. Son negocios que se aprovechan de la buena voluntad de los mexicanos, porque a veces ni siquiera existe la mujer que le han vendido apenas en una fotografía”.

 

“Muchos matrimonios entre mexicanos y eslavas funcionan bien; generalmente, entre hombres maduros y mujeres muy jóvenes, quien por su formación profesional son también muy maduras. Pero muchos otros fracasan: la mujer quiere volver a su país; el mexicano, quedarse aquí, y el problema que tenemos es la patria protestad de los hijos”.

 

Por último, Nektariy responde a una pregunta acerca de las mafias ruso-mexicanas que importan mujeres eslavas, como bailarinas de centros nocturnos. Comenta: “En realidad son prostituidas; y el problema que les impide escapar de estas mafias es que les retienen el pasaporte y a veces hasta los hijos pequeños; lo cual les impide actuar o denunciar”.

 

“NO SOMOS MEJORES QUE OTROS, PERO…”

Caracterizan al sacerdote ortodoxo el portar muchos tipos de gorros y coronas, pero también de vestir coloridas y amplias –inclusive elevadas por encima de los hombros– sotanas; que en el caso de los monjes son negras, símbolo de celibato; o blancas, de casado.

 

Otra característica de estos clérigos es que nunca, ni siquiera cuando andan en la calle, taxi o metro, emplean ropa de civil.

 

Ello provoca –asegura Nektariy– que algún ciudadano irreverente los divise, y en vez de mostrarles respeto, los agreda.

 

“Hay gente, sobre todo de clase media, que se acercan y nos preguntan de qué estamos disfrazados´, con esas palabras. Y no falta quien es más agresivo y nos grita: ´si viviera Juárez, ya estarían en la cárcel”.

 

Aclara el ortodoxo que estas agresiones son aisladas, y suelen darse en momentos de cierta crispación política: “la reciente visita del Papa Benedicto XVI, por ejemplo; o bien durante algunos escándalos de pederastia…”

 

Nektariy no parece ingenuo al tocar el tema de la pederastia, porque destaca varias veces durante la charla que entre los curas ortodoxos tales casos “no se dan”:

 

“A nosotros no se no ve como algo divino, sino como seres humanos; no estamos investidos con un halo de santidad; no tenemos qué fingir que somos unos santos. Nuestros sacerdotes, la mayoría, se casan. Y quienes no lo hacemos, vivimos en monasterio, nunca solos. Así pues, al tener la libertad de elegir entre un celibato y una vida de casado y tener familia, no tenemos los casos de pederastia que se ven en otras comunidades…”

 

Respondiendo a una pregunta, responde que los cristianos ortodoxos son más libres de expresar sus opiniones políticas que los occidentales:

 

“La iglesia católica tiene una idiosincrasia local y eso le quita libertad: está muy preocupada de cómo puedan reaccionar los actores políticos o el pueblo, respecto a sus declaraciones. La verdad  es que a nosotros no nos importa eso, porque vivimos en un país libre: si un político o alguien más nos ataca, está en su derecho; pero también nosotros podemos replicarle.”

 

Acostumbrado al debate público –ha pertenecido al Consejo Interreligioso de la Secretaría de Gobernación–, Nektariy sostiene:

 

“Ortodoxos o no, los religiosos no somos mexicanos de segunda, y tenemos todo el derecho a tomar una posición política. Somos seres sociales, tenemos posturas políticas. Yo le digo que no simpatizo con ninguno de los actuales partidos, pues eso también es una postura política”.