Una fiesta sorprendió a lo que parecía ser una mañana cotidiana de marzo. Entre los temblores de la semana pasada y la expectación por el inicio de las campañas presidenciales en puerta, irrumpió la voz altisonante y excitada del presidente Felipe Calderón en una de las arenas del espectáculo con mayor personalidad, la del Auditorio Nacional.

 

Su voz fue el epicentro de un sorpresivo temblor presidencial.

 

Seis pantallas descolgaban del techo donde Luis Miguel ha desecho todos los records de audiencia. Seis pantallas revelaron, a través de videos, las caras alegres de niños y maestros; carreteras tan limpias y espectaculares como si de pistas de Fórmula Uno se tratara; piso firme en modestas casas; y en general, los rasgos más modernos del México que acompañó al presidente Calderón durante su sexenio.

 

No se trató de la escenificación de un evento oficial determinado por el calendario, también oficial. En realidad, el evento reveló la metáfora más evidente del sexenio: el presidente no tuvo interlocutores parlamentarios. El Congreso se convirtió en una casa ajena para el Ejecutivo y, para “equilibrar” mensajes en las arenas públicas, Felipe Calderón usó el Auditorio Nacional para celebrar su espectacular informe del sexenio.

 

Espectacular por el set cuasi televisivo donde sus secretarios de Estado, de manera intercalada, se sentaron junto a anónimos representantes de la población. Frente al presidente 12 mil burócratas. A sus espaldas, formando una media luna, sus secretarios y 25 personajes anónimos.

 

Espectacular por la lluvia de datos: cinco mil espacios públicos; 107 millones de mexicanos con posibilidad de ser atendidos en centros de salud de manera gratuita; dos de cada tres adolescentes tienen posibilidad de estudiar la prepa; 9 mil 200 guarderías; de las universidades y politécnicos egresaron 115 mil ingenieros, cifra que supera a las de Alemania, Brasil, Inglaterra y Canadá; 52 nuevos campus universitarios; una de cada cinco casas es habitada por gente que recibió apoyo gubernamental; seis millones de hipotecas; reducción de pobreza alimentaria en un 22%; inflación más baja en siete años; 730 mil empleos en 2010; 23 millones de turistas extranjeros visitaron México en 2011; 115 mil millones de inversión extranjera; gran productor de refrigeradores, smartphones y televisiones; y un etcétera acotado por los 105 minutos que duró el mensaje.

 

El eje central del espectacular informe del sexenio no sorprendió: la seguridad. Los decibeles se disparaban en cada ocasión que el Presidente revestía la atmósfera de los 50 mil muertos:

 

“Hay quien piensa que la intervención del gobierno detonó la violencia, no, la violencia ocurre porque en el pasado no se hizo absolutamente nada”.

 

Exultante, en todo momento, la voz del Presidente nunca se quebró. Dos, tres, cuatro o hasta cinco vasos de agua tomó durante el evento. Dos asistentes iban y venían para hidratarlo.

 

En las últimas líneas de su discurso nombró a su padre para abrir el ángulo storytelling: “Aprendí de mi padre que la política es para servir”. Y el fin del evento se asomó cuando confesó que “hasta el último día de mi vida quedaré agradecido por el privilegio y el honor de haber servido a mi país”.

 

Emocionado, se despidió de las 50 personas que permanecieron sentadas en la media luna que cuidaba su espalda. Emocionado, abandonó el Auditorio por sus pasillos desde donde salían cientos de manos para saludarlo.

 

El presidente Calderón comienza la cuenta regresiva de su sexenio. Día a día irá despareciendo del entorno mediático; su voz empequeñecerá; día a día se topará con la soledad.

 

Se va el presidente que encontró en la seguridad el tema central de su sexenio. No fue el presidente del empleo, fue, como lo mencionó durante el evento, el de la salud.

 

Su rasgo monotemático (seguridad) lo desgastó.

 

Una despedida espectacular.

 

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