Como quien no quiere la cosa, suavecito, casi sin sentirlo, entre brindis postergados y propósitos fracasados de origen, se ha ido la primera quincena del año y enero ya camina rumbo al ocaso.

 

Luces, sombras y fracasos; auge de encuestas en el jolgorio de las cifras amañadas y peor presentadas, cooptaciones célebres, intervenciones indignantes y definiciones insostenibles comienzan a definir con sus indelebles e implacables perfiles la ruta de nuestro futuro.

 

El gobierno federal, quien lo diría, celebra y elogia el monumento simbólico de su exclusivo fracaso; no la gesta bicentenaria ni mucho menos la centenaria; nada más los tropezones sexenales.

 

Ahí está, ahí está cantaría Ana Belén, la Estela de Luz en cuyo diseño, construcción y corrupción no intervinieron ni los emisarios priistas ni la herencia del pasado autoritario, canción rayada en el viejo tocadiscos de las justificaciones perpetuas, vale (cuanto valga) y significa por sí sola. Es totalmente panista, como ahora Isabel Miranda de Wallace.

 

Pero mientras los días van rodando, como lo hacían las horas en el poema de Renato Leduc, las investigaciones en Guerrero comprueban actos homicidas del gobierno aliancista de Ángel Heladio Aguirre a quien la vida lo exhibe en un irónico periplo de sangre: de la tapadera en Aguas Blancas al encubrimiento en Chilpancingo.

 

La cabra, dicen, tira al monte. Y la policía de Aguirre le tira al estudiante.

 

Homicidios, incendio, tratos degradantes en los cuales sólo faltó la vejación urinaria como hacen los soldados de la democracia americana en Afganistán. De todo hubo aquella mañana guadalupana en la Autopista del Sol.

 

¿Quién pagará por la muerte de Gonzalo Miguel Rivas, el héroe de la gasolinería incendiada?

 

Nadie, como tampoco algo sucederá con los asesinos de Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría de Jesús. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos investiga hechos; el Ministerio Público persigue delitos y el Poder Judicial castiga criminales. Esa es la cadena.

 

Pero este es el país donde la hora definitiva se diluye como la luz de la tarde tras los cerros, como el sol. De pronto no lo miras más, sólo su agónico resplandor. Así suele pasar con la diluida justicia.

 

Sin embargo en notoria patada de ahogado, el ex procurador guerrerense, Alberto López Rosas, contradice los informes y las reconstrucciones periciales de la CNDH. Insiste en el arribo previo de la Policía Federal al lugar de los hechos, antes, mucho antes de las fuerzas ministeriales (judiciales) desarmadas como evidencia de acciones imposibles, pues cuando ellas llegaron ya todo estaba consumado. Y en ello basa su defensa.

 

Pero el visitador Luis García, con base en la reconstrucción de los hechos y en ella la revisión de las trayectorias de los disparos y la definición precisa de la ubicación de federales y judiciales, explica:

 

“Señalamos con mucha contundencia que la primera autoridad que llegó fue la Policía Federal; que la que inició el problema por haber lanzado una granada de gas fue la PF y que de los dictámenes periciales en las lesiones de las personas que fallecieron, al no encontrar la ojiva, entre otras cosas por la contaminación que hubo del lugar de los hechos, genera que de una primera conclusión tengamos la certeza de que los disparos salieron del lugar donde estaban ubicados los policías ministeriales, con un alto nivel de posibilidad, incluso de certeza, que hayan sido ellos los que dispararon y que provocaron en un momento dado la muerte de los estudiantes y lesiones a otros”.

 

Y en todo este margallate una cosa queda clara: la recuperación de la tranquilidad nacional no depende de la superposición de responsabilidades entre locales y federales. Solamente se complican las cosas, mientras Genaro García Luna descansa en el búnker.

 

 

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Armas, lesiones, ojivas, balas, calibres, trayectorias. Esas son ahora palabras recurrentes cuando se escribe y describe la realidad mexicana.

 

El país es como un diablo con cuernos de chivo.

 

Todos somos ahora en México peritos en balística, armamento, despliegue de fuerzas. Los niños ya saben la diferencia entre Mikhail Kalashnikov y Samuel Colt y distinguen entre un Galil y una pistola Barret.

 

Y parte de esas aportaciones a la cultura artillera mexicana se le debe, claro está, como muchas otras cosas en nuestra nueva forma de vivir, a la generosidad de los Estados Unidos, nuestros buenos y sabios vecinos, quienes además de habernos impelido a buscar una civilizada forma de convivencia democrática, globalizada y dependiente, nos mandan armas y más armas para combatir a los narcotraficantes, delincuentes y demás, siempre y cuando esos felones no lleven credenciales de la DEA o la agencia de Alcohol, Armas y Tabaco.

 

Ellos, en México, pueden hacer cuanto deseen.

 

Cuentan con el único fuero al cual nadie se ha referido en México: son gringos, pues. Y eso es suficiente aquí para cualquier cosa. Desde entrar al territorio nacional sin pasaporte ni visa (basta mostrar una credencial cualquiera) hasta lavar dinero, traficar drogas y armas o educar a nuestros políticos en sus escuelas; otorgar inmunidad a nuestros ex presidentes o apropiarse la receta de la salsa Tabasco.

 

En México los Estados Unidos no necesitan fuerzas de ocupación cuyos francotiradores expertos celebren sus hazañas meando muertos. Aquí no hace falta esperar el deceso de nadie para defecar en el patio trasero.

 

“La operación Arma blanca, similar en acciones a la denominada Rápido y furioso, se encuentra bajo escrutinio en el Congreso”, reveló ayer el diario Los Angeles Times. Destacó que en este caso se consiguieron tres detenciones e igual número de condenas.

 

De acuerdo con el rotativo, “Arma blanca es una operación encubierta que ha empezado a ser analizada por congresistas con el fin de conocer sus alcances”.

 

Como en el primer caso (Rápido y furioso) los americanos introdujeron “armas gancho” para localizar la ruta de los narcotraficantes a los cuales se las vendían, pero como en la ocasión inicial “el asunto se les fue de las manos”; las armas se extraviaron y se usaron, no como anzuelo, sino para cometer actos criminales, pues fusiles de asalto y armas automática suelen usarse precisamente para eso.

 

Pero obviamente los congresistas analistas son de allá. Los de aquí están todos demasiado entretenidos en ver cómo se acomodan ante el cercano cambio de poderes, cómo brincarán del Senado a San Lázaro y de allí a cualquier otra posición.

 

Juguemos todos a la ruleta política mientras el Tío Sam administra en su beneficio la violencia estúpida (así la ha llamado nuestro líder nacional don FCH) desatada por el narco.

 

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Ombligo de la Luna, centro del cosmos de los pueblos guerreros del altiplano cuya hegemonía se extendió hasta la cintura de América y parte del norte del país hoy llamado México, la capital hoy se agita por el cambio de gobierno sin cambio de partido.

 

Resulta ocioso a estas alturas especular sobre las posibilidades reales de Isabel Miranda asimilada por el Partido Acción Nacional ante la resignada y sumisa actitud de los aspirantes internos. Son muy pocas, como también lo son, dígase cuanto se quiera decir, las oportunidades electorales de la siempre bien articulada y elocuente Beatriz Paredes quien ha iniciado su segundo intento tras el voto de los capitalinos. Escasa será su cosecha.

 

Ahora la posibilidad anecdótica, pues ninguna otra cosa significaría, del mujerío en la papeleta (Beatriz, PRI; Alejandra, PRD, e Isabel, PAN) parece desvanecerse ante el empuje de los bejaranistas en favor de Miguel Ángel Mancera quien de pronto, repentinamente, de sopetón, diría alguien, se convirtió (también ante la resignada y sumisa actitud de los aspirantes internos) en el aparente ganador de las encuestas previas y quizá la definitoria cuyo resultado conoceremos antes de 48 horas ante la sonrisa enigmática de Manuel Camacho.

 

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No renovaron la 03 o no tienen credencial de elector. No fueron suficientes los machacones e insistentes llamados radiofónicos del IFE para meterse al padrón y lograr una credencial cuya real utilidad no es electoral sino de identidad.

 

Denles chance por última vez a quienes tienen credenciales viejas, claman algunos diputados.

 

Niet, tovarich, les dice con toda sensatez Leonardo Valdés Zurita desde la presidencia del Consejo del Instituto. Ya basta de la tradición de solapar a los ciudadanos omisos, perezosos y remisos.