La “tormenta eléctrica” de ataques y notas reprobatorias desatadas por (la inauguración de la Estela de Luz, no hacen más que enrarecer aún más el “ciertamente incierto” año en un momento histórico desdibujado por el inevitable clima electoral de la transición sexenal. ¿Por qué?, bueno, si la crítica es “aquello que agregando o sustrayendo a una obra, la hace perfecta”, según la definición del genial escritor español Enrique Jardiel Poncela, entonces es imposible pronunciarse. Sin embargo, la noticia en materia de arquitectura con perspectiva, nos da mucho tramo para reflexionar en algo sumamente importante para los arquitectos: los concursos.

 

Más que una crítica, aquí un repaso en este sentido para sacar algunas reflexiones pertinentes. De los concursos de arquitectura en México, el primero que recuerdo –a la mitad de la carrera en la Universidad- es el de la Plaza de la Solidaridad en Av. Juárez motivado para recordar el terremoto de 1985. Se decía que este concurso era una oportunidad de reivindicar a los arquitectos… No se hizo. La propuesta ganadora, del Luis Vicente Flores, incorporaba un hotel “no solicitado” al centro de la plaza (hay que recordar que allí estaba el Hotel Regis, que se derrumbó con el sismo del 85).

 

Primera reflexión

Cuando se participa en un concurso de arquitectura, se puede cumplir o no con lo solicitado, uno mide el riesgo porque al fin y al cabo es una apuesta. Hay muchos concursos ganados (afortunadamente inclusive) con propuestas “fuera de reglamento” del concurso en cuestión.

 

En 1989, el Colegio de Arquitectos lanzó la convocatoria nacional y abierta del Concurso para el Centro Urbano de Solidaridad en Chalco, promovido por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari. Fue un concurso bien organizado con el primer lugar obtenido por los arquitectos Álvarez, Kalach, Albín, Vasconcelos y Elizondo, que llegó hasta la contratación y el pago de los diversos proyectos ejecutivos que integrarían dicho centro urbano, pero finalmente no se construyó.

 

Segunda reflexión

Cuando se gana un concurso, no es seguro que se vaya a construir. Aquí lo increíble es que se pagaron los proyectos ejecutivos y no se construyeron.

En 1999, al año de haber llegado al Gobierno del DF, Cuauhtémoc Cárdenas convocó un concurso nacional y abierto para la rehabilitación del Zócalo; bien organizado, en dos etapas, y que al final, habiéndose definido el equipo ganador encabezado por Ernesto Betancourt, se politizó en una riña banal sobre el futuro del atrio de la Catedral. Buen concurso, muy buenas propuestas, pero no llegó a buen puerto.

Tercera reflexión

No necesariamente la mejor propuesta es la ganadora; en el concurso del zócalo (me) daba la impresión –aquí sí- de que agregando algunas ideas de los 15 finalistas al proyecto ganador, se podría reinventar una propuesta ganadora, absoluta y rotunda. Raro, pero pasa.

 

En 2000 vino otro concurso, este no muy bien organizado –ni los tiempos, ni los premios, sin jurado…- que parecía un poco la continuación del anterior: La casa de las Ajaracas, para albergar allí a la Casa del Jefe de Gobierno del DF, ganado por Javier y Félix Sanchez. No se construyó.

 

En 2003, el Conaculta abrió la convocatoria para un concurso internacional abierto y obtener el proyecto de la Mega Biblioteca José Vasconcelos. La gran obra de Vicente Fox. El concurso de indudable claridad, ganado por un equipo encabezado por Alberto Kalach, tuvo la particularidad de no ser completamente anónimo en su primera etapa y eso inhibió la participación de muchos despachos… La biblioteca es el primer edificio construido de relevancia nacional derivado de un concurso abierto de arquitectura, pero no se salvó de la crítica y de los ataques feroces también.

 

Cuarta reflexión

Siempre será imposible quedar bien con todo el mundo.

En 2004 se llevaron a cabo dos concursos nacionales importantes para nuestra arquitectura: El de la terminal 2 del Aeropuerto de la Ciudad de México, ganado por Francisco Serrano y el del Senado de la República en el paseo de la Reforma, ganado por Javier Muñoz, ambos construidos, con bases muy distintas pero no exentos de gran polémica también, sobre todo el del Senado.

 

En 2007 se lanzó otro concurso internacional y abierto para la renovación de la Plaza de Tlaxcoaque, previendo que sería un símbolo para los festejos del bicentenario. El proyecto ganador fue el de un equipo encabezado por los arquitectos René Caro, Antonio Espósito y Elena Bruschi, y, aunque no se construyó, la Autoridad del Espacio Público anunció recientemente que pretende llevar a cabo solo parte de la propuesta ganadora este año. No estuvo exento de polémica y de obstáculos tampoco…

 

En enero de 2009, por último, hubo dos convocatorias muy relevantes. La primera, a nivel nacional y abierta, para el Pabellón de México en la Exposición Universal de México en Shanghái, ganada por los arquitectos Mónica Orozco, Moritz Melchert, Juan Carlos Vidal, Israel Álvarez, Mariana Tello, Edgar Ramírez, y la segunda, la del concurso nacional por invitación, para el “Monumento Arco Conmemorativo del Bicentenario del Inicio de la Independencia Nacional”, ganado por un equipo de 24 arquitectos encabezados por Cesar Pérez Becerril, ambos, pabellón y monumento, construidos.

 

Quinta y última reflexión

Aunque hemos avanzado lentamente hacia una cultura de concursos de arquitectura, falta mucho por hacer todavía. Las polémicas y los ataques se deben a muchísimos factores que rebasan lo meramente arquitectónico y que generalmente se presentan en el “tránsito” que hay que recorrer desde el día de la premiación del concurso, hasta la entrega de la obra. Muchas polémicas se podrían evitar de base, y en términos de obras públicas más, desde las bases de los concursos. Si son de orden nacional, han de ser nacionales, abiertos (incluyentes), plurales, y de organización impecable.

 

jorge@vazquezdelmercado.com.mx | @JorgeVdM_Arq