Cuestionable resulta la gira “latinoamericana” del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, en los momentos en que esta lanzado a un abierto desafío a los Estados Unidos y Europa al llegar su programa atómico al nivel de enriquecimiento de uranio apto para uso militar. Criticable porque visitante y anfitriones transfirieron –sin consultar a sus “hermanos latinoamericanos”- tensiones de una magnitud no manejable para estos países. Pero la visita no tendrá un alcance regional porque sus simpatizantes más estrechos, con Venezuela a la cabeza, a los que se suman Nicaragua, Cuba y Ecuador, no tienen peso estratégico como para establecer un posible contrapeso para detener las sanciones en contra del régimen teocrático y misógino iraní.

 

Además, introduce un elemento de tensión a gobiernos que ya tienen una complicada relación con el resto de sus vecinos. Varios tienen roces fronterizos, alguno sirvió de refugio a grupos armados o ruta para las drogas y uno cultiva los hábitos de la Guerra Fría de espiar y operar en la política interna.

 

De los visitados, tres son democracias que tienen un marcado carácter populista, cuyos mandatarios, de tendencias personalistas, quieren prolongar sus mandatos. El cuarto, Cuba, no es una democracia sino una revolución hereditaria, en donde los hermanos Castro tienen el monopolio de la virtud de gobernar, al igual que en Corea del Norte o en la Siria de Bashar al-Assad, aferrado al poder heredado de su padre, fundador del socialismo árabe.

 

Resulta reprobable la imbricación en un conflicto que, visto desde el frío realismo político y situacional del interés nacional no puede asumirse. Históricamente el centro de gravedad de las disputas del poder internacional no pasa, ni ha pasado, por América latina sino por el Medio Oriente y Asia.

 

Más claro, el enfrentamiento de los Estados Unidos y Europa con Irán ya está en marcha, no hay que esperar para tomar lugar en el problema.

 

El resto de la región no está interesada en esta visita. Brasil esta cerrado al régimen iraní desde que llegó Dilma Rouseff a la presidencia, con intachables credenciales democráticas de izquierda, ya sea por el abuso a la mujer en Irán o por los intereses atlánticos brasileños que pasan por una equilibrada relación con Washington y Bruselas. Argentina no lo puede recibir porque en 1994 su comunidad judía fue víctima de un atentado dirigido por altos funcionarios del gobierno de Ahmadineyad.

 

¿Qué explica esta vocación, latinoamericana, de buscar problemas?. Primero, la autoestima de algunos gobernantes de ocupar un lugar en el mundo. Segundo, la falla de análisis situacional que ha llevado a peligrosos momentos (al borde un conflicto atómico en 1962 por los misiles en Cuba y en 1982 la Guerra de las Malvinas). Tercero, el carácter adolescente latinoamericano, abundante en voluntaristas que quieren subirse al ring de las peleas de grandes, pero no tienen la altura ni los puños, menos los guantes.

 

*Investigador y profesor de la UNAM