Sorprenden las erradas lecturas latinoamericanas del escenario internacional, en donde los equilibrios son débiles y se requiere cautela frente a temas explosivos. Esto se hizo evidente en dos problemas “comprados” por el Mercado Común del Sur (Mercosur) durante su última reunión en Montevideo.

 

El primero fue el intento, frustrado, del presidente de Uruguay, José Mujica, de forzar la entrada de Venezuela al Mercosur ignorando al congreso de Paraguay, que desde el 2006 lo ha impedido porque sectores parlamentarios consideran antidemocrático al gobierno de Hugo Chávez.

 

Pero también hay algo más de fondo que lo impide, y es que hoy en día vincularse con Venezuela implica comprar problemas internacionales de difícil digestión regional. En Paraguay no se olvida el asesinato de la hija de un ex presidente a manos de un grupo apoyado por las FARC, reconocidas por Chávez. Su obsesión de asociarse con los enemigos de los Estados Unidos, como Irán, implica asumir las advertencias de Obama de monitorear las relaciones Caracas-Teherán y la búsqueda iraní de una puerta trasera para sus operaciones de inteligencia.

 

La presencia iraní es rechazada por las comunidades judías sudamericanas, no sólo porque el Mercosur firmó un acuerdo de libre comercio con Israel, sino porque Teherán apoyó el atentado de 1994 a la mutual judía en Buenos Aires con 85 muertos y cientos de heridos. Una ofensa durante este año se dio por la visita oficial a Bolivia del ministro de Defensa iraní, Ahmad Vahidi, autor intelectual del atentado y promotor de lazos militares con Venezuela; cuando un fiscal argentino pidió su detención, Vahidi fue expulsado.

 

El segundo problema fue la decisión de Mujica de cerrar los puertos uruguayos a barcos con bandera de las islas Malvinas/Falklands, bajo dominio británico, en solidaridad con Argentina, disposición que fue adoptada por el Mercosur. La reacción de Londres fue llamar al embajador uruguayo a la cancillería y declarar que defenderá la posesión y sus habitantes.

 

Por estas islas, Inglaterra y Argentina en 1982 tuvieron una guerra de 74 días que terminó con la rendición argentina. Desde 2010 resurgieron las tensiones por la exploración petrolera británica en el archipiélago y el establecimiento de una zona de protección marina.

 

Uruguay es el séptimo exportador mundial de carne teniendo a Gran Bretaña como mercado relevante; pero también depende del turismo argentino que deja 1500 millones de dólares anuales, cuya salida es restringida por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández. La pérdida por los barcos pesqueros que no recalarían sería cercana a los US$ 300 millones.

 

Pero la disposición es ambigua, porque la bandera de las Malvinas no tiene validez y sí se permite recalar a naves con bandera inglesa u otra bandera cuyo destino puede ser Malvinas. No están autorizadas las naves militares inglesas.

 

Todo lo anterior muestra los problemas de suscribir las tesis del aislamiento regional y creer que la actual crisis en los países desarrollados equivale a decadencia o debilidad. Una desagradable sorpresa pueden llevarse países que no conocen el mundo que los rodea.

 

*Profesor e investigador en la UNAM