Ya no se trata de una leyenda urbana, de una extravagancia o la aspiración de acercarnos a las costumbres estadounidenses: el libro electrónico está aquí y su impacto ha alcanzado a lectores, escritores, editoriales y desde luego a las librerías.

 

Una enorme cantidad de lectores ya se benefician de poder concentrar en un dispositivo electrónico (tabletas y lectores como Kindle de Amazon, Xoom de Motorola, PlayBook de RIM, Touchpad de HP o el iPad de Apple, a precios cada vez más accesibles) más de diez mil libros, de aumentar o disminuir el tamaño de la letra de los textos y de comprarlos a un precio menor del que pagan por los que están impresos en papel.

 

Los escritores tienen un nuevo formato para llegar a sus lectores de siempre y no pierden la posibilidad de acercarse a los nuevos lectores, proclives a la tecnología y a internet, además de que les permite explorar nuevas formas de creación literaria.

 

Para los editores y editoriales, sobre todo las de menos alcances representa una oportunidad en el mercado latinoamericano, ya que la distribución de libros es  complicada entre países debido a los impuestos y a los trámites aduanales.

 

De acuerdo con una encuesta de la Cerlac (Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina) en la que participaron 75 editoriales de 18 países latinoamericanos, en 2010 el 25% de las empresas entrevistadas publicaban libros electrónicos y esto incrementó sus ganancias en un 15% en comparación con las obtenidas dos años atrás.

 

Sin embargo, haber pasado del proyecto al hecho no convierte al e-book en el sustituto del libro de papel. Toda vez que ha surgido una nueva tecnología se piensa inmediatamente en la sustitución antes que en el complemento, y en los tiempos que corren, es más seguro que ambos formatos convivan para obtener el mismo propósito: llegar a los lectores.

 

Por el momento, el miedo de las librerías por perder compradores a raíz de la popularidad del libro electrónico es injustificado. No es el momento de declarar la muerte del soporte de papel y menos aún en México, donde no hay un mercado activo mínimo para los contenidos digitales y aún hay desconfianza para apostar por ellos. Los usuarios se muestran interesados pero todavía no se puede hablar de un consumo digital regular. El e-book es ya una opción pero faltan décadas para que se convierta en el sustituto del antiguo soporte.

 

*Escritora y promotora literaria; representante de Colofón y Anagrama en México