Descabezados, desmembrados, colgados, encajuelados, enterrados, encementados, empozolados o –de modo simplificado, muertos a balazos, forman parte de un gran mapa cadavérico nacional, cortejo fúnebre que este Día de Muertos los mexicanos habremos de… festejar, según marca una tradición que a muchos extranjeros todavía les hace levantar la ceja.

 

En 24 HORAS hemos corroborado con estudiosos que la tradición es sólida, como hecha de literal hueso, que viene desde tiempos prehispánicos, y que no hay manera de que pueda tambalearse, por muy cruenta que a algunos ciudadanos parezca la guerra (o “lucha”) que hoy libra el Estado contra “distintas bandas del crimen organizado”, según se define en informes oficiales.

 

Y es así que ni el fuego del narcotráfico, la profusión de secuestradores y de maleantes del orden común, pueden borrar la sonrisa de nuestra ya centenaria Catrina, obra del grabador José Guadalupe Posada (1852-1913), que vemos en múltiples personificaciones de Calaca, Flaca, Parca o como se le quiera llamar.

 

“Más aún –dice un entrevistado–, me atrevería a decir que la profusión de cadáveres que vemos día a día, las cabezas sueltas, afianzan, de manera inconsciente, esta tradición”.

 

Prevalece también, a flor de tumba, acera y café, la tradición de escribir calaveras, rimas donde los poderosos son enjuiciados por la calaca quijotesca, aliada del débil; al igual que la picardía callejera –también ahora vía internet– que lleva al ciudadano a generar chistes de las situaciones más trágicas. Bromas que suelen ser más crueles cuando la anécdota acarrea dudas sobre la actuación de autoridades en la investigación de muertes o crímenes.

 

Pero… ¿de verdad la Parca nos hace morir de risa?

 

Veamos.

 

 

 

“Peor el Halloween que los narcos

 

–La profusión de cadáveres no es algo nuevo en la experiencia del mexicano. Basta con recordar que murieron más de un millón de nacionales en la Revolución de 1910, cuando el país tenía apenas unos 15 millones de paisanos. Haciendo cuentas de proporcionalidad, es como si hoy se hubieran muerto 10 millones de mexicanos en esta guerra, y no los cincuenta mil que se nos informa.

 

El análisis es del fotógrafo hispano-mexicano Pedro Meyer, creador entre decenas de productos culturales, entre ellos el sitio web ZoneZero, que alberga el trabajo de más de mil artistas en el mundo.

 

Meyer remarca que el Día de Muertos es “un asunto cultural, enraizado desde los tiempos prehispánicos; por eso es tan interesante y poderoso; de manera que si lo que ocurrió en aquél entonces no cambió el cómo se celebra, de seguro eso no habrá de ocurrir tampoco ahora”.

 

Al maestro le parece exagerada la idea de que la tradición del Día de Muertos pueda alterarse por causa de la guerra del narco:

 

“Yo creo que los medios de comunicación tienden a amplificar y a crear más mitote de lo que son en realidad las cosas. Quieren, al fin de cuentas, vender más periódicos, o tiempo de televisión y radio. En realidad, con un muerto de más que hubiera, ya es un problema. No es un asunto de minimizar nada, sólo de darle perspectiva a las noticias”.

 

Lejos de ver tales riesgos en el bajo mundo del narco, Meyer denota que el gran peligro lo tenemos en la influencia cultural sajona:

 

“Lo que si va a venir a causar transformaciones serias es la estulticia de la celebración del Halloween, que en nada tiene que ver con las costumbres ancestrales de México. Ojalá y podamos evitar la invasión de estas tonterías, tan ajenas al país. Hasta lo de los narcos es algo más propio, celebrado en corridos y en muchos sitios, con bastante más presencia que esas barbaridades”.

 

 

¿Festejos de la muerte, tradición y criminalidad?

 

Guilllermo Samperio, escritor y maestro de literatura, refuerza lo dicho por Meyer:

 

–Una tradición arraigada durante siglos no la va a echar abajo un momento histórico circunstancial del México… dizque moderno. Es más, me atrevería a decir que los cadáveres que vemos día a día, las cabezas sueltas, afianzan, de manera inconsciente, esta tradición.

 

Autor de más de 25 libros, entre novela, cuento y ensayo, Samperio puntualiza: “quien piense que la criminalidad bárbara que estamos viviendo va a disminuir los festejos, está lejos de conocer las formas ideales de comportamiento de los mexicanos”.

 

Enumera el escritor algunas de las razones del culto a la muerte:

 

“Los mexicanos no le tenemos miedo a los cadáveres, a la muerte en general, aunque la mayoría a la propia muerte sí. Por un lado, los medios de comunicación, tanto impresos como electrónicos, tipo Youtube, muestran de forma cotidiana cadáveres, descabezados, colgados, despedazados; esto nos genera la costumbre de… ver y, a veces, deseos de… ver más.

 

“Por otro lado, se ha incrementado de forma fuerte la adoración, el culto a la Santa Muerte; La Señora que, para no chocar con los rituales del dos de noviembre, la festejamos el día primero, aunque se monte con la celebración para los muertos niños, que en general, ésta sí, ha decrecido.

 

“No olvidemos que no es sólo ir a los panteones, sino también colocar santuarios en las casas, hacer pan, dulces, figuritas de plástico y artesanías de la muerte, lo que incluye festejos en toda la república.

 

“No despreciemos tampoco que muchas de nuestras figuras prehispánicas, como Tláloc, están adornadas por cabezas de calacas y estamos acostumbrados a ello. Los extranjeros no lo entienden para nada”.

 

Par concluir, Samperio augura:

 

–No se generará ningún alejamiento para festejar a los muertos. Entre la tradición prehispánica, la popular y la de La Santísima Muerte, iremos nuevamente a los festejos que, en rigor, serán una manera de sublimar y expulsar la maldición que estamos viviendo hoy en día.

 

 

Al festejo, con “sacrificios necesarios”

 

–¿Qué significa para los mexicanos festejar a la muerte, estando inmersos en una guerra?

 

La pregunta es para Fernando Zamora, escritor, filósofo e historiador del arte, quien después de permanecer un minuto en silencio pide al reportero un tiempo para emitir su respuesta (“vale la pena pensarla”).

 

Al final, la presenta en una sola frase, a modo de calavera:

 

–Pues dicen que la mexicana burla a la muerte es en realidad una forma de conjurar el miedo, así que con el baño de sangre en que nos ha metido el tlatoani Calderón (con sacrificios necesarios según su cosmogonía), tenemos buenas razones para festejar, reírnos, burlarnos y claro, conjurar el miedo de que sea real que su estrategia puede perpetuarse en los años del porvenir”.

 

 

 

La violencia y su lógica perversa

 

No por residir en Gijón, España, desde hace doce años, Mauricio-José Schwarz se desapega de lo que sucede en México, ni menos de los símbolos de identidad, sobre los que elabora ensayos. Escritor y periodista especializado en ciencia, dice que el estereotipo global –los mexicanos nos reímos de la muerte– “simplifica muchísimo la relación que tenemos con el hecho en sí”.

 

Luego explica, interrogado vía electrónica:

 

“El Día de Muertos no celebramos ni nos resignamos, menos aún cuando muere alguien cercano a nosotros o cuando vemos de cerca a la propia muerte. Es un poco, quizá, como la diferencia entre celebrar el 5 de mayo y lanzarse a la batalla. Una cosa es la simbolización idealizada de algo (muerte o guerra) y otra cosa es el algo real. Queremos a nuestros muertos (o, más bien, a su memoria) y estamos conscientes de que vamos a morir, pero nada de ello nos hace despreciar la vida ni llorar menos en los velorios de los nuestros o ante nuestra propia fragilidad.

 

No cree, tampoco, que una celebración, “culturalmente arraigadísima”, cambie por culpa de la ola delictiva:

 

“Para quienes ejercen la violencia y viven en la lógica del gángster, del delincuente en la cuerda floja, la muerte es una parte de su vida, tanto la ajena como la posibilidad de la propia; pero allí no veo diferencia entre ese desprecio del asesino, combatiente o narcotraficante en México, Colombia, Estados Unidos o Ruanda; porque el mundo de la violencia, para quien la ejerce cotidianamente, es una cultura en sí, con su propia lógica perversa y sus propios códigos”.

 

Con respecto a las víctimas de la violencia, el estudioso prevé que el símbolo: dolor-resignación pueda, inclusive, “verse fortalecido”.

 

“Pero para los inocentes de esta guerra desequilibrada –a la que nos lanzó la irresponsabilidad y la indolencia de la delincuencia política contra la delincuencia narcotraficante–, la relación se mantiene; incluso la dosis de resignación, que parece ser parte del culto a la muerte, de su simbología. Puede inclusive (especulo, claro) verse fortalecida, porque es una forma de paliar el dolor de la muerte; siempre más agudo e intenso cuando esta es injusta, prematura, provocada. Es una de las funciones que cumplen los símbolos, pero son sólo eso, símbolos, metáforas; en este caso, de la muerte real”.

 

 

 

La fiesta, máscara para ocultar el miedo

 

Cierra esta entrega Arturo Ríos Ruíz, periodista y autor de volúmenes de historia como Cuauhtémoc Conquistador y El Niño de Morelos, quien coincide con la tesis instaurada por Octavio Paz, en su Laberinto de la Soledad y otros libros, de que los festejos de la muerte forman parte de las “máscaras” que empleamos los mexicanos:

 

–Creo que el culto a los muertos por parte de nuestros paisanos, con una fiesta, es aparente; es una manera de esconder el temor que nos da morir. Nunca nos preparamos para ese trance lógico de la vida. En otras culturas, las coronas y las flores en un sepelio significan la honra, el festejo de haber llegado a la meta. Si observas, nosotros, con sólo ver esos adornos, sentimos una emoción lastimosa que nos atemoriza, porque simbolizan el fin.

 

“Creo que morir es a lo que más le temo y que lo mismo le pasa a todo ser humano”.